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DE MADRID A NAPOLES

Lüs monumentos que se veiao en ella y que llegarían á mil, eran también Tumbas de antiguos romanos. — Aquella fúnebre calle, sembrada de sepulturas, me trajo á la imaginación los caminos de las pagodas indias, cubiertos de huesos de peregrinos...

¡Cuánta melancolía en todo lo que iba viendo! — En torno mío se dila- taba una estéril llanura, interrumpida á veces por los enormes esqueletos de los antiguos Acueductos, que parecían también sepulcros inconmensurables! ¡Sepulcros por todos lados! ¡Ceniza humana do quier!

Cerca de mí se levantaba la Iglesia de San Sebastian , por donde se baja á las Catacumbas , A la vasta ciudad subterránea, atestada también de sepulcros; al asilo de los primeros cristianos; á la casa y panteón de los Mártires...

No me atreví á entrar allí. — Mí visita á las Catacumbas debe ser objeto de una peregrinación especial. Hoy agitaban ya mi espíritu demasiadas sensaciones para que pudiera entregarse completamente á la religiosa poesía de tan venerandos recuerdos.

Di, pues, la vuelta á Roma, no sin subir antes al Monte Palatino y visitar las ciclópeas ruinas del Palacio de los Césares, de la Domus Auren de Nerón!

La primitiva Rotna habia empezado en aquel mismo Monte en que se alzó luego el más soberbio testimonio de su grandeza. Fué, pues, siempre aquel un lugar sagrado, que resumía la historia de la reina del mundo. - Allí levantó Rómulo el primer techo romano : allí vivió Augusto: allí espiró el Imperio en las más escandalosas disipaciones

Cuando entré en la ciudad moderna, eran ya las cuatro de la tarde.

Todas las tiendas estaban cerradas : circulaban muy pocos coches: apenas se veía gente en las calles , y la que me encontraba , iba cargada de aguinaldos. — La gran preocupación de los romanos, como de todo el mundo católico, era en aquel momento la colación de Noche-Buena.

A las ocho de la noche, todas las calles estaban desiertas; todas las Iglesias atestadas de gente.

Luego quedaron también solitarias las Iglesias , y la gente se refugió en sus casas.

Yo me encontré solo en la calle.

Eran las nueve.

Todas las familias estaban reunidas; todos los hogares daban calor; todos los corazones contaban con otro corazón en que depositar sus alegrías ó sus penas...

Yo, movido por una inclinación invencible, encaminé mis pasos á la Plaza de España, y me paseé largo tiempo á la puerta de nuestra Embajada, al amparo del Escudo de Castilla.

Pronto vino á reunírseme otro paseante solitario...

Era mi amigo, mi compañero de viaje, mi compatriota Caballero, á quien no había visto en todo el día , y que , impulsado por una tristeza