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DE MADRID A NAPOLES

dignación como ufanía (indiyüacion, porque la catástrofe de Numancia no puede llamarse vencimiento , y ufanía , porque eran los Romanos los que se engreían de tales triunfos): «Escipion, vencedor de España.»

Pocos pasos más adelante, y en otra viña, famosa en los mercados de Roma por sus exquisitos frutos, encontré los célebres Columbarios, cuyo descubrimiento dio tanta luz á la bistoria y á la filosofía para comprender mucbos hecbos, identificar fecbas y nombres, y penetrar en el espíritu de las costumbres romanas. — Los Columbarios (su nombre lo dice) son una especie de palomares ; ó , por mejor decir , son como un diminuto boceto de nuestros cementerios modernos; pues se componen de nicbos abiertos por pisos en las paredes, bien que no se hallan murados. Dentro de cada uno bay ciertas cajitas de mármol, cuando no una especie de ánforas, en cuya tapadera se lee el nombre del mortal cuya ceniz;; está allí guardada. — Excusado es decir que, al hablar de ceniza, no uso mi estilo figurado; pues sabe todo el mundo que los romanos quemaban los cadáveres, envueltos en una túnica de amianto, hasta convertirlos en pavesas, con el fin de hacer más cómodo su trato familiar y frecuenti» con los restos de los finados.

De todo lo que hasta ahora'he visto en Roma, nada me ha impresionado tan viva, tan verdadera, tan crudamente como estos singulares cementerios. Descubiertos en 1831 y por un pueblo acostumbrado ya á respetar los monumentos de pasadas civilizaciones , los columbarios permanecen intactos, tales como se encontraban hace miles de años cuando su piadoso guardador los cubrió de tierra para ocultarlos á la profanación de sacrilegos invasores, y tales como el arado de un pobre labrador los hizo aparecer de nuevo á la absorta vista de nuestra generación. — Asi es que allí se ve á la Antigüedad palpitante , auténtica, fehaciente. La lámpara de bronce pende del techo: las cenizas, no turbadas todavía, reposan en el fondo de las ánforas, y mi mano ha sido la primera , al cabo de tanto tiempo, que ha ido á remover algunas, como diciéndoles: ¡despertad! Las paredes se ven cubiertas de pueriles pinturas al fresco , que representan por lo regular guirnaldas de flores. Dentro de los nichos se ven jarros, ídolos, lámparas^de tierra y otros objetos curiosos. Sólo en un Columbario; he contado hasta 600 urnas cinerarias, alguna de las cuales, según su epitafio, contenia confundido el polvo de una familia entera...

jSanto depósito de dolores y memorias , de superstición y de cariño, confusa mezcla de seres; emblema de aquel pueblo en que se confundía un mundo! Y ¡á qué solemnes consideraciones se prestaba aquel pequeño recinto, en que se veían expuestas, como una simple curiosidad arqueológica, tantas historias, tantas vidas!

Al salir de los Columbarios , vi á lo lejos un largo camino, adornado á un lado y otro de blancos y ruinosos monumentos.

Aquellas dos hileras de destrozados mármoles se perdían en el horizonte, con dirección á Albano.

Era la Via Ápia , — á la cual me encaminé.