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DE MADRID A NAPOLES

Muchas y muy grandes emociones he experimentado durante esta as- cension, siendo las principales: el aspecto exterior de la misma Cúpula, contemplada desde los tejados del Templo:—la vista interior del Templo mismo, cuando se asoma una á lo alto de la Cúpula y sumerge sus mira- das en aquel profundo hueco... y distingue allá abajo las estátuas y los hombres como puntos imperceptibles que apenas se alzan sobre el pa mento de la iglesia; —y el momento en que se entra (despues de haber dominado la Cúpula y la Linterna que la corona) en la gran Bola de bronce que sirve de pedestal á la Cruz.

Esta Bola de bronce (la Palla) puede contener diez y seis personas, y, sin embargo, vista desde la Plaza de San Pedro, aparece del tamaño de una naranja.

Dentro de la Palla encontré dos inglesas, sumamente tranquilas.— En cuanto á mí, nunca olvidaré el terror y el vértigo que me han asal- tado en aquel lugar. —Hoy no corria viento alguno; y con todo, la Bola temblaba, se mecia, parecia que iba á hundirse, como un barco agitado por el Océano.

Fuera de la Bola hay todavía una escala de hierro por la cual se sube á lo alto de la Cruz.—Esta última ascension sólo la hace el encargado de iluminar, la víspera de San Pedro, aquella Cruz perdida en la inmensi- dad de los aires...

Un momento hubo en que pensé intentar yo la misma ascension; pero la mera idea de intentarlo me hizo perder la cabeza, y tuve que arrojar- me al suelo, temeroso de perder tambien el sentido...

Estas emociones las han experimentado (segun nos dijo el guia) cuan- tos se han visto dentro de la Palla...—Y, á propósito: en las escaleras de la Cúpula he leido una porcion de Lápidas conmemoratorias de los prin= cipales viajeros que han visitado la bola de bronce, y resulta que han subido á ella más de cien Soberanos asiáticos, africanos y europeos.

Por lo demás, yo creo que el desasosiego que se experimenta en aquel gabinete aéreo depende más de la imaginacion que de los sentidos. La conciencia de la altura á que se encuentra uno; el recuerdo de la Palla vista por fuera y desde abajo; el temor á los terremotos, tan comunes en Italia; y, para mí, sobre todo (lo repito), la continua tentacion de escalar la Cruz y abrazarme á ella, —¿dea que estaba seguro de no realizar, y que, sin embargo, me trastornaba por si misma,—son la verdadera causa de la intranquilidad que se siente, y que yo sentia, en un lugar tan se- guro;—seguridad abonada por doscientos y tantos años de esperiencia.

Dicho se está que desde aquella fabulosa altura se goza de unas ex- tensísimas cuanto interesantes vistas.—Desde allí se domina, en primer lugar, toda la mole de la Basílica, —inmensa azotea, coronada por diez cú- pulas secundarias; vasta llanura de piedra, levantada en los aires, sobre la cual se encuentran calles, plazas, escaleras, monumentos... hasta vi- viendas humanas.—Con razon, pues, se ha dicho «que la Catedral de Sun »Pedro es una especie de Ciudad aparte, comprendida en la Ciudad