Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/52

Esta página ha sido corregida
42
DE MADRID A NAPOLES

usted que mis proyectos son honrados.— ¡Y cómo me admirarán los hombres en los bailes de las Tullerías! Yo tenyo una espalda y unos hombros muy aristocráticos, y el conde me dice que con el vestido de corte pareceré una duquesa. — Yo fui escotada una noche á los Italianos, á palco de primer piso, que cuesta muy caro..., y todo el mundo reparó en mí, tomándome por una señora commi'l faut. — A mí me gusta mucho el campo... y vivir sola con las flores, que le hacen pensar á una en el buen Dios. — Yo quisiera tener una quinta que me costase 15,000 francos de alquiler, con una cascada artilicial , una gruta, dos cabras y un bosque bastante grande para que no la viesen á una cuando se escondiese allí con un libro de Alfonso Karr. — ¡Oh!... yo amo mucho la naturaleza... — ¡Yo soy buena, Dios mió!— Yo le he enviado una vez á mí madre á Burdeos un chal que sólo me habia puesto diez ó doce veces, y que le costó á mi esposo 300 francos...: un chal muy bonito, que me iba muy bien con cierto sombrero blanco que le vendí á Lucila por la mitad de su precio. — ¡Oh! caballero, yo tengo mi alma. Yo sé que hay algo... Nosotros no somos como los perros. — Yo he llorado en el teatro una porcion de veces.

En esto habíamos subido por una oscura y retorcida calle de árboles hasta lo alto de una montaña que se llama, me parece, la Celle-Saint-Cloud, toda ella sembrada de palacios, quintas y bosques de dominio particular.

En lo alto de la cuesta habia un restaurant... ¿qué digo restaurant! ¡un verdadero hotel campestre!

Las señoritas se manifestaron muy cansadas. — Eran ya las dos de la tarde.

Hicimos, pues, alto en aquel lugar.

Mas ¿para qué he de referiros los pormenores de las muchas horas que duró todavía esta singular aventura?

Básteos saber que pasamos allí la tarde jugando al billar; que comimos en un precioso jardín de aquella fonda; que viendo que estábamos á legua y media de la casa de Mauricio, no nos atrevimos á volver á ella, en la oscuridad de la noche, por miedo de perdernos ; que á la mañana siguiente á eso de las nueve estábamos otra vez jugando al billar, esperando el almuerzo, que fue espléndido; que después de almorzar jugamoi^ al ecarte; que á la larde bajamos en casa de Mauricio; que cuando llegamos allá habia partido ya el tren para París; que nos vimos por consiguiente obligados á dormir también aquella noche en el campo, y que, por no tener bastantes camas el buen pescador, decidimos Iriarte y yo irnos á su casa de Chatou.

Ellas fueron á despedirnos hasta la orilla del Sena.

— Mañana á las ocho nos reuniremos en la isla para marchar juntos, á París, les dijimos al embarcarnos. Almorzaremos bajo los árboles y partiremos en el tren de las diez.

— Está convenido, respondieron ellas.