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DE MADRID A NAPOLES

Clemente VIL cuando el Condestable de Borbon asaltó á Roma al frente de las tropas de Cárlos V.—En una de sus salas fue extrangulado el Carde- nal Caraffa por órden de Pio IV.—La susodicha Galeria es obra de Ale— jandro VI, del padre de Lucrecia Borgia.—Por lo demás, nada tan gran dioso como la alta mole cilíndrica de ennegrecida piedra, resto del anti- guo Mausoleo. ¡Ciertamente, es un sepulcro digno de los Emperadores del Orbe!

Sobre la Fortaleza que ocupa el centro de la majestuosa construcción pagana, hay un Angel de bronce dorado, con las alas extendidas.—Este Angel, que dá nombre á todos aquellos sitios, tiene la siguiente historia: —Por los años de 600, una terrible epidemia diezmaba la poblacion de Roma. El Papa, que lo era á la sazon San Gregorio el Grande, recorria la Ciudad en rogativa, á la cabeza de todo el Clero romano y de un pueblo inmenso, cuando, al pasar cerca del Mausoleo de Adriano, se paró de pronto, dió un grito de alegría y levantó los brazos al cielo con verdadero transporte.—Acababa de ver en los aires al Angel Exterminador, el cual (dijo S. S.) envainaba su espada en aquel momento, como en señal de que la peste ¿iba á concluir...—Y así fué : la peste concluyó á los pocos dias.— Mil trescientos cincuenta años despues, Benedicto XIV hacia colocar so= bre la plataforma de Ja colosal Ciudadela el gigantesco Angel que hoy la corona, en conmemoración de un hecho tan peregrino.

Despues de pasar bajo los muros del Castillo, guarnecido de centine- las franceses, y dentro del cual resonaban marciales trompetas, penetré en la via de Borgo-Nuovo...

Era el instante Crítico y solemne...

Al entrar en aquella calle, insignificante y angosta, pero recta y lar- ga, divisé allá..., á su final..., la Plaza de San Pedro, la Portada de la Basilica, la ingente Cúpula, el arrogante Vaticano...

¡Oh momento!...—Yo no sé describir lo que pasó por mi alma.— Sólo recuerdo que ini soledad me llenó de tristeza, y que me detuve, y que sentí frio y cansancio, y que hubiera llorado de buena gana...

La calle estaba todavía llena de sombra y humedad.—La Plaza, la Basilica y el Palacio reverberaban al sol como una Ciudad de oro...

Aquella lejana, súbitá y radiosa aparicion del Pontificado triunfante, tenia algo de vision celeste.—Consoléme, pues, en el acto.—El aspecto de la Cúpula, sobre todo, ensanchaba y levantaba mi corazon...—No puedo expresar de otra manera lo que al verla me sucedia.

Entonces logré ya reflexionar y darme cuenta de mis impresiones.— La brillante decoracion que tenia enfrente era el Estrado del Mundo Ca- tólico, el Tribunal de las conciencias, el Arca de la Fe.—¿Y yo? ¿quién era? ¿qué era?—En aquel momento no lo sabia.—¡Apelo á Dios, que veria en el fondo de mi alma mis leales intenciones!!—Pero ello es que estaba contento, y que apresuré el paso, con viva ansia de llegar pronto á aque— Ma region de luz y de santidad.