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DE MADRID A NAPOLES


—Lo mismo le dirá Ricardo á otra, cuando esta otra le haga cargos por sus relaciones con usted.

—Yo no tengo celos.

—Ya lo veo; ni Ricardo, ni el conde tampoco. Todo esto quiere decir que no tienen ustedes alma.

—¡El alma! ¡Siempre el alma! Hé aquí la palabrota, ,. (le gros mot). ¿Y qué es el alma?

— El alma, señorita, es una cosa que no come, ni bebe, ni viste. Una inquietud, una sed, una capacidad que hay en nuestra naturaleza, que solo se calma, se nutre y se complace con verdades, con afectos, con creencias. El alma es aquello que gime muchas veces dentro de nosotros cuando hemos comido bien y vamos muy elegantes y nos paseamos en coche, teniendo á nuestro lado una mujer hermosísima, de esas que cuestan, no digo 2,500 francos al año como usted (que es muy barata), sino 100,000 francos ó 100,000 luises, como algunas notabilidades de la Opera. El alma es la tristeza de los ricos, el tedio de los poderosos, el malestar de los saludables. El alma es un personaje tan exijente, que, cuando ama (y no puede vivir sin amar), tiene celos del pasado de la mujer preferida, de su porvenir, de sus intenciones, de todo lo que no sea poseerla de un modo absoluto, infinito, ilimitado. Esta posesión es punto menos que irrealizable; pero el alma es poeta, vive de ilusiones, se satisface con vanas apariencias, quiere ser engañada, y, cuando amaá una mujer, se contenta con que esta nos diga que nunca amó á nadie como nos ama en aquel momento, y que siempre nos amará de la propia manera. Siempre y nunca son dos palabras que se ríen del que las pronuncia; mas para el alma enamorada tienen una música divina. — «Yo te amaré siempre; yo moriré cuando me abondones; yo te he buscado y esperado toda mi vida...» Estas lisonjeras frases, que no son mentira, aunque sean falsas; estos temerarios conceptos, en que creen firmemente muchos de los que los dicen, son la esencia y la vida del amor. — Yo comprendo que el amante tolere al marido. El lazo del matrimonio es sagrado é indisoluble. Lo que no comprendo es que Ricardo tolere al conde, por consideración á unos trajes y á unos alimentos. Por eso digo que no la ama á usted. — Y usted no puede amar tampoco á Ricardo; porque el materialista que transige de ese modo en una cuestión de sentimiento, sólo merece un desden soberano. — Y el conde no puede amarla á usted; porque el conde tiene motivos para creer que su amor de usted es interesado y para despreciarla por consiguiente. — Ni usted tampoco puede amar al conde, sino aborrecerlo: primero: porque es usted su esclava; y segundo: porque él no se ha cuidado nunca de conocer, de halagar ni de adquirir lo que usted debe respetar, amar y reverenciar mas en sí misma... ¡hablo otra vez de su alma! — Para el conde es usted un mueble, una fiera hermosa, una estatua de carne. ¡Desgraciada de usted, que se deja tratar de este modo por el conde y es al mismo tiempo una especulación para Ricardo! ¡Mengua para el conde, que nada echa de menos en usted y no se avergüenza de servirle