oscurecer en mi memoria la tibia claridad coa que tu luna bañaba de melancolía los restos del naufragio de las edades paganas. — ¡Espectáculo sublime!
Pero bueno será que recordemos por su órden todos los pormenores de esta solemne expedicion.
Partí, como dejo indicado, de la Plaza de España, encaramado en el pescante de un coche de alquiler, al lado del auriga. — Desde aquel humilde, pero eminente puesto, dominaba perfectamente el camino que seguíamos.
Hacia un frio espantoso. El cielo estaba despejado como siempre que escarcha. — La luna parecia un témpano de hielo.
Las calles que recorríamos se hallaban sumergidas en densas tinieblas y funeral silencio. El alumbrado público (que es de gas) no ardia, porque hacia luna; pero la luna daba ya sólo en el último tercio de las casas que miraban á Poniente. La atmósfera helada carecia de diafanidad, y la transicion de la blanca luz á las negras sombras era violenta , súbita, fantástica á sumo grado.
El cochero tomó por unas calles angostas y desiertas. A veces pasábamos bajo altos Edificios, cuyo nombre me guardaba muy bien de averiguar... — ¡sombríos fantasmas, á quienes preguntaba solamente si eran cristianos ó gentiles; y esto con una rápida ojeada, que las más veces me dejaba en duda!...
Entre ellos recuerdo algunas recias y altísimas Columnas, ennegreci- das por los siglos, incrustadas en casas modernas; ó, por mejor decir, al- gunas casas modernas apoyadas en seculares Columnas... ¡Melancólica alianza de las dos Romas!
Así seguimos por intrincadas calles (que , según decía el cochero, acortaban el camino) : así fuimos dejando atrás barrios y barrios;— unos, en que todavía se notaban señales de vida; ó sea ténues hebras de luz á través de las grietas de los muros y de las hendiduras de puertas y ventanas; — otros, en que ya no se percibían luces algunas, pero cuyos edificios dejaban también adivinar (no sé por qué) que detrás de sus paredes habia gente entregada al sueño; — y otros, en que era indudable que nadie vivia , ni despierto ni dormido ; en que ya no reinaba el sueño, sino la muerte; barrios, en fin, de casas deshabitadas; tristes albergues de la muda soledad; playas desiertas de donde se ha alejado el mar humano; álveo seco del rio de la vida: — así crucé, finalmente, por delante de casas sin ventanas ni puertas; luego á la vista de otras sin techos; despues por solares cubiertos de escombros, de entre los que se alzaba algun melancólico lienzo de pared; en seguida, por un trillado cascajal, término medio entre las ruinas y el polvo..., hasta que, por último, de pronto, sin preparacion alguna, vi levantarse delante de mí, cerrándonos el paso, una elevadísíma y ámplia cortina negra, ó sea un inmenso muro, simétricamente agujereado por angostas ventanas, que dejaban ver el cielo esclarecido por la luna...