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DE MADRID A NAPOLES

¡Felice festa! nos dijeron por último aquellos pobres hombres, quitándose el sombrero hasta los pies.

Y esta frase redobló los latidos de mi corazon ; pues pie hizo pensar en que que pasado mañana es Noche-buena , y en que el dia primero de Pascua asistiremos á la Misa solemne que dirá el Sumo Pontífice en la Basílica de San Pedro.

Legalizada nuestra situacion , penetrarnos por la Via Babuino , en la cual mis ilusiones se espantaron y estuvieron á pique de volar al cielo; pero yo estaba preparado de antemano contra semejante accidente, y logré retenerlas dentro de mi alma.

La desilusion provenia del aspecto vulgar de la dicha calle; del aire moderno, europeo, insignificante de las casas; del corte parisien del traje de los transeuntes ; de ver faroles de gas en las esquinas , chimeneas de hierro sobre los tejados, tiendas como las de Madrid y aceras como las de Guadix... (esto es, falta de aceras), y, finalmente, de no tener tiempo, mientras era llevado á escape, de reparar, como he reparado despues, en que estos edificios, estas gentes , estas tiendas y estos trajes no carecen de cierto sabor particular á romanos.

Én cuanto á los argumentos de que me he valido para apaciguar mi imaginacion, han sido los siguientes:

— Las ciudades, como las personas, tienen cuerpo y alma. El cuerpo se conoce á primera vista..., y no siempre. Para conocer el alma es nece- sario el trato. — Sócrates, considerado materialmente, era un hombre de vulgarísimo aspecto. Estudiado durante una larga conversacion, re- sultaba un ser extraordinario. — Conversemos, pues , con Roma; tratémosla, y ya aparecerá su genio; ya encontraremos su alma.»

A pesar de estas reflexiones, la única cosa notable que encontré en la Yia Babuino fué la Iglesia católico-griega de San Atanasio, y despues entré en la Plaza de España, acaso la más bella de la ciudad... bajo el punto de vista moderno.

Esta Plaza, irregular y prolongada, toma su nombre del Palacio de la Embajada de España, que se levanta en ella. — En cuanto al Palacio, es propiedad nuestra , como otros varios edificios y algunas Iglesias de Roma. — Hay más: no hace todavía mucho tiempo, nuestros Embajadores tenian jurisdicion casi absoluta sobre toda esta parte de Roma y disponian de cierta fuerza armada, con que mantenian el órden en el que pudiéramos llamar su barrio y se hacian respetar de los barrios circunvecinos. — El Conserge del Palacio, personaje importantísimo, mandaba aquel pequeño Ejército. — De todo esto queda muy poco, casi nada; pero la consideracion y el respecto hácia la Nacion que da nombre á esta Plaza, subsisten todavía — España, en Roma, es algo más que potencia de primer órden: es la primera potencia del mundo, católicamente considerada.

Al principio de la Plaza de España, por su parte más angosta, arran- ca una anchísima y larga escalinata que conduce á la Iglesia de Santa