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En tanto, pues, que vuelve el carruaje, entreténgome en contemplar á la luz de un mugriento farolillo que alumbra la puerta de la Estacion, media docena de mozos que pugnan con Jussuf por apoderase de nuestro equipaje y llevarlo á hombro á la ciudad.

Los tales mozos tienen la figura más patibularia que haya figurado en melodrama alguno. — ¡Qué famélicas mejillas !¡qué lúgubres ojos!¡qué barbas y qué cabellos, negros como el delito ! ¡qué luengos levitones!

Indudablemente , estos hombres han sido ó van á ser bandoleros.

No estará demás advertirle á Jussuf que no ha llegado todavía el mo- mento de hacer uso de su cuchi lo...

Pero hé allí el carruaje. que desciende en nuestra busca...

Cinco minutos despues entramos en Siena , por la Puerta de San Lorenzo.

La Ciudad está edificada sobre altas colinas, y por consiguiente, casi todas sus calles son ásperas cuestas... — Y ¡qué silencio! ¡qué soledad á las nueve de la noche en la que fué, hace siglos, capital de un floreciente Es- tado! — Las tiendas se hallan cerradas; las calles desiertas. — Al pálido fulgor del alumbrado público, vemos algunas enormes casas con portadas góticas; y, á la luz de moribundos faroles, distinguimos ora una Madonna bizantina, ora un Cristo pisano, enclavados en las encrucijadas de angos- tas calles... — Nos creeríamos en Toledo.

Llegamos por fin al Hotel.

Los Condes de M. nos aguardan en un abrigado gabinete, al lado de una antigua chimenea , delante de la cual hay una mesita en que está preparado el té.

La jóven y enamorada Condesa ha tenido tiempo de cambiar de trage. — ¡Cuán hermosa, cuán elegante, cuán fina y obsequiosa se nos presenta!

Al verla de pie, cerca de la mesita, poniendo azúcar en las tazas des- pues de consultar el gusto de cada uno, creóla una antigua amiga; paré- ceme que estoy en Siena hace mucho tiempo y que asisto á una tertulia que ya me es familiar, y no comprendo, en fin, los hechos tales como son: esto es; que hace cuatro horas no conocíamos á los Condes de M., ni po- díamos adivinar su existencia; que esta tarde nos hallábamos en otra ciudad; que nuestros nuevos amigos partirán mañana por distmto camino que nosotros y se perderán en el piélago de la vida, donde ya nunca vol- veremos á encontrarlos; que nosotros esperábamos pasar esta noche en Siena sumamente aburridos y sin más sociedad que algun estúpido cama- rero, y que mañana á estas horas nos hallaremos otra vez solos, muy lejos de Siena, rodando en silla de posta por unos montes desconocidos cu- biertos de hielo y nieve.

¡Oh imprevistos placeres del peregrino, fugaces alegrías del extran- jero, hogares fugitivos que lo acogeis una noche, súbitas amistades que os perdeis en el olvido! .... ¿qué sois más que una abreviatura de la vida humana?

El Conde de M. conoce á Siena, por haber estado ya aquí varias ve-

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