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DE MADRID A NAPOLES

luca rubia, y adorado y venerado por toda Florencia; pues todas sus obras, y especialmente sus últimas tragedias, respiran un ardiente patriotismo que ha contribuido no poco á hacer popular en Italia la idea de la unidad. Amenizan, por fin , aquellas tertulias de le Cascine las célebres floristas de Florencia, y perdonad la cacofonía. — Estas floristas son por lo regular hermosísimas jóvenes de los alrededores de la capital (contadine), lujosamente vestidas con una saya corta de vivos colores, medias encarnadas, un gabancillo redondo, y el clásico sombrero de paja, de alas amplísimas, en que cifran su mayor gala. — Hay sombrero de estos que vale 1,000 1,500 reales: son finísimos, y sumamente graciosos: el ala anterior se dobla graciosamente hacia arriba: la otra ala les cae hasta la cintura, — Asi corren de coche en coche aquellas discretas campesinas, con un elegante cesto lleno de flores colgado de un brazo y un ramillete en la otra mano: asi asaltan á todo el mundo, ligeras como mariposas, repartiendo flores á diestro y siniestro, sin previa consulta y sin pediros nada; y se van; y luego vuelven, y os miran, y sonríen; y vuelven á irse si tratáis de devolver el ramo; hasta que al íin tenéis que darles lo que se os antoja, pues las flores no tienen valor en Florencia, y entonces la contadina os dice algunas lisonjeras frases, y se deja requebrar un poco, y se pone lo más bonita que puede, y acabáis por comprender que ella es la mejor flor de su mercado... ¡Pero ya es tarde para hacer semejantes reflexiones; pues la mariposa está lejos de vosotros, libando en otro bolsillo, ó ha emprendido, saltando y brincando, el camino de su aldea!

Al oscurecer regresábamos á Florencia y nos íbamos al magnífico Gabinete de lectura de Viesseux, donde encontrábamos periódicos españoles: de allí nos marchábamos al Hotel á hacer por la vida, y del Hotel nos dirigíamos al Café de Italia á esperar la hora del Teatro.

En el Café de Italia he contraído una amistad singularísima con uno de los seres más populares de esta capital. — Tal es el insigne Borraschino , llamado comunmente el Perro de Florencia. — Es este un perro lobero, negro y dorado, que perteneció á un oficial austríaco muerto en Solferino. Su amo se lo dejó aquí cuando partió para la guerra, y el perro sigue esperándole, haciendo la vida que aquel hacia. Florencia , que sabe que el perro es huérfano, se ha guardado muy bien de decírselo; pero lo ha adoptado y lo cuida con particular ternura. Borraschino es aristócrata si los hay : almuerza en el restaurant de la Ville de París : va á paseo á le Cascine en el primer coche que encuentra al paso, con tal que huela á noble: allí se baja y pasea á pie; y luego vuelve en otro coche particular, convidado ya á comer por algún príncipe ó duquesa, (El día que no lo con - vida nadie se va de fonda... Pero esto sucede muy pocas veces). Después de comer, pide permiso para retirarse y se encamina al Café de Italia. Allí toma un poco azúcar con algún amigo, y anda de mesa en mesa, mezclándose en todas las conversaciones... ¡inquiriendo sin duda noticias de su amo! Los mozos de los Establecimientos se guardan muy bien de impor-