Os decía que desde las doce hasta las "tres ó las cuatro de la tarde, permanecíamos Caballero y yo en los Museos, Bibliotecas y Academias. A esta hora dábamos de mano al estudio, y nos íbamos á Lungo l'Arno, donde tomábamos un coche que nos llevaba á le Cascine.
Le Cascine (las Queseras, llamadas asi de unas lecherías que pertenecían al Gran Duque) son en Florencia lo que el Bosque de Boloña en París, lo que la Fuente Castellana en la villa de San Isidro: el Paseo de buen tono, el lugar de cita de toda la gente que arrastra coche y de la que tiene buenos pies. Le Cascine se hallan al Oeste de Florencia , entre el Arno y el ferro-carril, y forman un vasto laberinto de alamedas, de umbrosos bosques y de praderas amenísimas en que pacen tranquilamente innumerables ganados.
Por todas aquellas calles de árboles discurren millares de ginetes y de coches. Los trenes más lujosos pertenecen á extranjeros, sobre todo á ingleses y moscovitas. Los ingleses suelen ir eu brakes, faetones y otros grandes carruajes de campo, sobre los cuales se ven apiñados en filas, ó espalda con espalda, viejos, niños, gallardos jóvenes, criados, nodrizas, tribus enteras. Los florentinos elegantes guían esos diminutos vehículos llamados cestos, en los cuales corren desesperadamente como en una regata, ocasionándose apuestas y caídas que divierten mucho á las damas principales. Otros montan en esas jaquitas, gráficamente denominadas ratas, ágiles y revoltosas como verdaderos diablos, que se hallan á un mismo tiempo en todas partes, puesto que no corren, sino vuelan, y permitidme* la exageración. En cuanto á los jóvenes de la clase media (de los cuales ya hablaremos detenidamente más adelante), van á le Cascine en ómnibus por la insignificante cantidad de dos cuartos: allí se apean y pasan la tarde haciendo resonar sus espuelas ó crugiendo su látigo, como si acabasen de dejar detrás de algún árbol el caballo y el jokey, y luego, entre dos luces, toman otro ómnibus, que los lleva por otros dos cuartos á la Piazza di Ognissanti.
Pero la gran particularidad de este paseo es el alto ó parada que hace todo el mundo en un sitio llamado il Piazzone, delante del Instituto Agrario. De allí parten ó allí vuelven todos los ginetes y todos los carruajes que recorren en dispersión las varias alamedas de le Cascine. Allí hay todas las tardes una especie de tertulia ó de exhibición de damas y galanes, que debe de ser sumamente grata á unas y otros. Las damas permanecen en sus coches (estrechamente agrupados), y entablan coloquios de ventanilla á ventanilla, mientras que los galanes, dejando sus caballos á los jokeys, discurren de acá para allá , saludando á las elegantes florentinas, recordando las conversaciones de la tarde anterior o de la noche pasada, ó citándose para la siguiente en tal baile ó cuál teatro...
Entre aquella brillante multitud he visto dos tardes al gran poeta Niccolini, al Quintana de Italia, al amigo y condiscípulo de Silvio Pellico y de Manzoni. — El autor de Giovanni da Proeida y de Arnaldo da Brescia es hoy un anciano octogenario, cubierto, como Rossini, de una rizada pe-