hombre; á cuyos pies ha pintado el artista un pavo real y un ciervo, símbolos de la vanidad y la cobardía:
Una Virgen de Murillo, rubia, pálida, débil, andaluza á pesar de todo; graciosísima, pero tan inmaterial y mística como las mejores Concepciones del Rafael sevillano que se conservan en España:
Otra Virgen de Murillo, la del Rosario, con el Niño Jesús, que tiene en las manos una corona de rosas. — (Dice el catálogo de la Galería Pitti que el Gran Duque Fernando 111 compró este cuadro en 900 escudos (18,000 reales) al pintor Fedele Acciaj, que lo había adquirido del negociante romano Cartoni... — Y yo pregunto: ¿á quién se lo compraría el negociante?)
La célebre Magdalena de Ticiano, de la cual vi una repetición en Venecia, y otra no recuerdo dónde. — En esta obra magistral no se distingue solamente el pintor de las Venus como inimitable colorista, sino también como correcto dibujante, asi como por la expresión altamente cristiana de los afectos. — La Penitente es hermosísima, y tiene labios y ojos de lo que había sido, pintados como Ticiano pintaba los encantos de la mujer; pero esos labios y esos ojos revelan ya todo lo que el arrepentimiento había labrado en el ánimo de la pecadora. Magdalena levanta los ojos al cielo y murmura una plegaria: hállase desnuda; pero sus manos cruzadas retienen contra el seno aquella abundante cabellera con que enjugó los pies de Cristo, y de este modo oculta los tesoros de su mortal belleza. Sobre las rocas en que se halla medio escondida, se ve un elegante vaso que recuerda el óleo precioso con que la amiga de María ungió en el sepulcro el cuerpo del Crucificado. — En este vaso escribió el artista su nombre: Titianus.
La Judith de Cristóbal Allori, notable por su hermosura y terrible expresión, asi como por la idea que tuvo el pintor de retratar en ella á una querida suya que le daba muchos disgustos, y de retratarse él mismo en el dormido Holofernes:
El famoso Baile de las Musas y Apolo, pintado por Julio Romano sobre fondo de oro y en pequeñas dimensiones, para adorno de la tapa de un piano:
El Martirio de Santa Ágata, de Sebastian del Piombo:
Un cuadro grande de Beato Angélico...
Y no digo más... no puedo decir más; pues á cada momento acuden á mi imaginación nuevas obras maestras de esos artistas y de los demás que llevo citados en este libro... Allí Vinci; allí Yelazquez (tres Retratos, uno de ellos de Felipe IV); allí Guido Reni; allí Francia: allí Tintoretto, Pablo el Veronés, los dos Palmas, Andrea del Sarto, Rubens, Rembrant, Van-Dych, Salvator Rosa, Poussin, Pordenone, Perugino, Frá Bartolomeo, Bronzino, Correggio, Luini...; ¡allí todos!
Y allí está también la famosa Venus de Canova, que reemplazó en la Tribuna de Uffizi á la Venus de Médicis, cuando los franceses se apode- raron de ésta y se la llevaron á París. — La Venus de Canova sale del baño y se enjuga con un lienzo. Más que la madre de Cupido, parece una está-
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