cia del cielo, la cultura y suavidad de las costumbres, los millares de obras maestras de arte que he admirado en Iglesias, Palacios y Museos ; la belleza de las florentinas; lo apacible de la estación; todo ha contribuido á encantarme durante mi breve residencia en la capital de la Toscana. — ¡Oh! sin la proximidad de la Noche-Buena, que me obliga á salir para Roma, por las razones que diré después, permaneceria á las orillas del Arno mientras durasen estos hermosos dias de diciembre, ricos de sol y de alegría, que sólo tienen igual en España.
¡Qué mañanas tan esplendorosas, tan risueñas, tan bonancibles! — Las aves, que creen llegada la primavera , abandonan sus nidos y vuelan anunciando sus amores. Los árboles conservan todavía las hojas del año que termina, y yo las confundo á veces con las de un año nuevo. Vistosas flores adornan los campos, las esquinas de las calles, los balcones de las casas, las trenzas de las florentinas, el pecho de sus amadores y sobre todo los grandes azafates de las floristas callejeras. Las damas principales pasean en coche abierto. Los ingleses fuman en los balcones de los hoteles, contemplando extasiados el océano de luz que inunda el horizonte, y no echando de menos seguramente las tristes nieblas del Támesis. Al canto de los pájaros de que hablaba hace poco, se unen las melodías de los innumerables organillos que recorren la ciudad, y también los ecos de mil pianos, y el monótono solfeo de las melancólicas ladys y de las apasionadas signorine que aprenden música en sus gabinetes, y las orquestas de los cafés, y, por último, el son de las campanas, que parece venir de remotas tierras, de apartadas costas, de otra península hermana de lo Italia, bañada también por el Mediterráneo, querida también del sol y de las flores!... — ¡Inolvidables dias, vuelvo á decir!
Durante ellos, he dedicado las mañanas á visitar las Iglesias, que son verdaderos museos artísticos, famosos por su arquitectura y por los cuadros, frescos, estatuas y bajo-relieves que encierran; y, entre tanta maravilla de arte, recordaré eternamente, y recomiendo á aquellos de mis lectores que vengan á esta ciudad:
Los Frescos de la Capilla Brancacci en la Iglesia del Carmine; sobre todo los firmados por Masaccio:
La Iglesia de Santa Crece (que es á Florencia lo que San Juan y San Pablo á Venecia; el Panteón histórico de la ciudad), donde reposan en magníficas Sepulturas Miguel Angel, Maquiavelo y Galileo; donde se hallan los Mausoleos levantados á Dante y á Alfieri (el de este último esculpido por Canova); donde hay preciosísimos Frescos de Giotto, Estatuas de Donatello, y hasta un Cuadro de Cimabue, y donde se ve un Sepulcro que encerró provisionalmente los restos de José Napoleón , Rey que fué ó pensó ser de nuestra España:
El Convento de San Márcos , lleno de sublimes Pinturas del padre Juan de Fiésole, ó sea de Beato Angélico, de aquel artista seráfico, de aquel Platón del arte cristiano, en cuya misma celda vivió después otro religioso no menos ilustre, que parecía haber heredado su alma; el infor-