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DE MADRID A NAPOLES


En este jardin había dos ó tres mesas rodeadas de sillas.

Eran signo reraeniorativo, según me esplicó Iriarte, de la larga broma que habrian tenido allí el dia anterior los canotiers y sus amadas.

Porque el dia anterior habia sido domingo...

Püsesionámonos de la glorieta, y vino el almuerzo.

En esto oimos el crujido de unas faldas de seda y aparecieron en el jardin dos elegantísimas damas, bastante bellas, pero sin abrigo ni sombrero, poco peinadas, y con los pies mojados por el rocío, — circunstancia esta última que era su preocupacion en aquel momento.

Desde luego comprendimos que eran dos parisienses que habían pasado la noche en casa de Mauricio, y venían de dar un paseo por el campo.

La abuelita nos acabó de esplicar que los amantes de aquellas damas tenian alquiladas dos habitaciones de la casa del pescador, adonde ellas venían á esperarlos todos los sábados en la tarde.

Aquellos señores eran personas honradísimas de París , y hasta de cierta gravedad, que pasaban la semana dedicados á sus negocios y aparecían allí el domingo al amanecer, tripulando una preciosa barca.

Ellas los aguardaban á la orilla del rio. Pasaban juntos el dia paseando ó navegando; almorzaban y comían en los pueblos de la ribera, si hacia buen tiempo, y, si no, en casa de Mauricio; y, á la caída de la tarde, se marchaban ellos á París, en la misma barca en que habían venido, y ellas por el ferro-carril , de la manera que os diré más adelante.

Parece ser que el dia anterior habían llegado tarde á la estacion (tal vez de intento), y vístose obligadas á quedarse en el campo, contra las instrucciones de sus amantes.

Dicho se está, por consiguiente, que se hallaban contentísimas. — La sola idea de que estaban procediendo mal, las volvía locas de placer.

Por otra parte, ellas sabían que, fuera del domingo, no se ve un alma en casa del pescador, y contaban con pasar un dia de absoluta soledad, de libertad ilimitada, de espansion y retozo. — ¡No estaban ellos!... Esto bastaba para la felicidad de aquellas tristes mercenarias, que por la primera vez de su vida reian en casa de Mauricio espontáneamente, y no para alegrar á sus señores.

Nuestra presencia en el jardin las contrarió, pues, visiblemente. Ellas se conocian y conocian al hombre. Nosotros les recordábamos el sexo tirano de que aquel dia se creian libres. La sola contingencia de que las volviésemos á su condicion habitual echaba por tierra todos sus planes de pasar un dia digno en el seno de la naturaleza.

Entraron, pues, en la casa haciendo como si no nos vieran, y quejándose de tener los pies mojados.

Nosotros seguimos con nuestros peces.


Entonces hice que Mr. Iriarte me esplicase todo un tratado de costumbres francesas y completase mis ideas acerca de aquella casta de mu-