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DE MADRID A NAPOLES

flores y verdura (¡flores en diciembre!), un cielo radiante, un aire perfumado, un sol de oro; gente bella y locuaz ; gracia y arte en la disposición de los edificios más vulgares; lujo en la naturaleza; alegría en el hombre; poéticos recuerdos por do quiera... — Tales, en resumen, la Alta Toscana , muy semejante , por cierto , al territorio granadino.

El ferro-carril se dirige primero al Nordeste, deslizándose al pie de frondosas colinas cuajadas de caseríos, y dejando ver á la derecha una vasta y riquísima llanura.

Asi se pasa cerca de Pescia, pequeña y linda ciudad; por Montecatini y Pieve á Nievole, preciosos pueblos; por Serravalle, reclinada ya en las faldas del Apenino y coronada por una antigua fortaleza, y finalmente, se llega á Pisloja. ciudad más importante , también fortificada, célebre en la antigüedad porque no lejos de sus muros tuvo lugar la sangrienta batalla en que murió Catilina , y muy nombrada en la Edad Media á causa de la guerra feroz que se hicieron sus habitantes, divididos en Blancos y Negros, á pesar de ser todos blancos.

De buena gana hubiera entrado en Pistoja y visitado sus templos, notables, según me aseguraron, por las muchas y muy buenas esculturas que encierran...

Pero la atracción de Florencia érame ya irresistible.

En Pistoja se nos agregaron tantos viajeros, que fue necesario añadirle al tren cuatro veces más coches que habia sacado de Luca. — Y es que en Pistoja se reúnen todas las diligencias que cruzan el Apenino viniendo de la Emilia y de la Lombardía con dirección á Florencia.

En adelante, caminamos al Sudeste , alejándonos del Apenino todo lo que nos habíamos acercado á él y penetrando en una amenísima llanura tapada de árboles.

Allí encontramos á Prato, ciudad de 12,000 habitantes; amurallada; sumamente industrial, á juzgar por las innumerables chimeneas de Fábricas que la coronan, y llena de preciosas obras de arte, según me dijo un compañero de coche que se quedó en aquella estación.

¡Prato! (exclamaba en tanto Jussuf). Hacerse aqui gorros colorados para moros turcos.

— Ciertamente, respondió otro viajero.

— ¿Y por dónde lo sabes tú? le preguntó Caballero al marroquí.

Haber en Liorna gorros muy baratos (replicó este sonriendo como un niño). Yo preguntar, Judio decir: — «Estar gorro para turco; chico para moro.»—Moro no comprar.

En esto, empezábamos á llegar á Florencia.

Florencia, como todas las capitales de primer orden (exceptuando á Madrid), se anuncia antes de aparecer á los ojos del viajero. Las fábricas, las quintas, los palacios campestres, las casas disiminadas acá y allá, el aprovechamiento del terreno, las huertas lujosamente cercadas, todo