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DE MADRID A NAPOLES

guos y modernos , históricos ó de puro lujo, preciosos por su forma ó por su origen, procedentes de Marruecos, de Argel, de Egipto, de Turquía, de Persia, de la Arabia, de la India , de la China, de Rusia, del Japón > de otros apartados paises. — Armas, telas, perfumes, joyas, muebles, monedas, libros, ropas, calzado, opio, café, hatchis, pieles, curiosidades arqueológicas, yerbas, flores, momias, animales disecados, todo se encuentra en aquella magnífica colección, siendo aún más notable que las mercancías el personaje que las expende, — viejo cosmopolita, cuya legiti- ma patria no hemos podido averiguar, y verdadero prodigio de erudición acerca de la vida, de las costumbres, de las artes y de la industria de lodos los pueblos de Asia y África.

En un coche del tren, fecha ut supra.

Son las cuatro de la tarde cuando salimos para la ilustre Pisa.

El viaje se hace en ferro-carril y en poco más de media hora.

El país que se recorre entre las dos ciudades es amenísimo , aunque lo inundan frecuentemente las aguas del Arno.

En el tren van muchos ingleses que se dirigen á Pisa, á fin de pasar en ella el invierno ; pues el clima de Pisa es uno de los más dulces de Europa , y está muy recomendado á los tísicos.— Baste decir que el frío no baja nunca de los siete grados sobre cero, ni el calor sube de los veinte y cuatro.

En el mismo coche que nosotros van tres elegantísimas inglesas , dos de las cuales son jóvenes y hermosas y parecen hijas de la tercera. — ¡Ay! todas tres necesitan respirar los aires benignos de los Montes-Pisanos!

Particularmente una de las jóvenes, se asemeja á una azucena marchita. — En sus ojos azules se entrevé ya la Eternidad. Dos largos bucles de amarillo pelo oscilan sobre su cuello de cisne. Su semblante parece de marfil , y recuerda los ideales rostros de los serafines pintados por Beato Angélico.

Su hermana, que es mayor y promete un año más de vida, la mira con miedo, veneración y ternura , como diciendo: Ella morirá antes que yo. Si ella se salvara, yo me salvaría. Pero cuando ella expire, yo empezaré á agonizar.

La madre, que les ha legado la enfermedad, las contempla con un doloroso remordimiento y como avergonzada de vivir todavía...

¡Pobre madre! Tal vez no ha muerto ya, por no dejar solas á estas dos caras prendas de su amor y su cuidado: quizá la enfermedad de sus hijas es el único sosten de su existencia: quizás no siente su propio mal, porque está toda consagrada al mal ageno. — ¡Ah! No es este el único caso en que el am.or sirve de medicina. ¡No siempre tiene uno tiempo de morirse! El que vive en otro, no puede morir en si. — Es como si un asesino viniese á matarnos y no nos encontrase en casa...

Mientras yo pienso de esta manera, el tren se acerca á Pisa, á Pisa la morta , como poéticamente la llaman los italianos.