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DE MADRID A NAPOLES

Entramos en el bote; mi amigo tomó los remos y pasamos al otro lado.

—Estás, me dijo, en la Isla de Croissy; esto es, en ima isla desierta. Confiesa que nunca hubieras esperado encontrar la isla de Robinson á las puertas mismas de París.

Yo no acertaba á creer lo que veia. La tierra en que liabíamos desembarcado era, en efecto, una isla de trescientos ó cuatrocientos pasos de anchura por media legua de longitud. Parecía una larga embarcación anclada en medio del rio. Estaba inculta y despoblada. Un pomposo y enmarañado bosque la llenaba de sombra y de misterio. Apenas se lograba ver el cielo por algunos claros de aquella bóveda de ramas , y sin la luz que penetraba horizontalmente por entre los troncos de los árboles, casi toda la isla se hubiera hallado sumida en las mas espesas tinieblas.Una mullida alfombra de yerba, siempre verde, húmeda y perfumada, cubria las sendas y las escasas plazoletas que se hallaban á veces entre el densísimo arbolado; ¡Y qué paz; qué silencio, solo turbado por las aves; que fresco y embalsamado ambiente en aquella afortunada isla!

Pero tiempo es ya de que explique, como me lo explicaron á mí, el singular fenómeno de verse desatendida tan rica tierra por una gente tan aprovechada y utilitaria como los franceses.

Parece ser que el último marqués d'Aligre, muerto en 1847, descendiente de aquellos marqueses d'Aligre que (iguran .tanto en los reinadds de Luis XIII y Luis XIV, y famoso él también como dignatario del primar Imperio y como par de Francia que había sido después legó esta isla (propiedad suya por herencia), al pueblo de Bougival, de que ya hablaremos, con la condicion de que nunca se edificase nada en su recinto, ni fuesen sus tierras de dominio particular.

La razon que tuvo para testar así el noble marqués (cuya antigua vivienda , — especie de castillo, — aún se levanta, no mas alta que los árboles que la cercan, en un ángulo de la isla ; pero sin que la habite nadie); la razon, digo, de tan feliz humorada fue el deseo de perpetuar los bailes nocturnos que los pescadores y canotiers del Sena daban allí en su tiempo, y en los que de seguro hubo de divertirse grandemente el señor marqués!..

Pero digamos quienes son los canotiers del Sena.

Entre los innumerables placeres que se han proporcionado los jóvenes parisienses de la clase media, reyes de la inventiva en todo, y muy particularmente cuando se trata de gozar, lo es uno el de salirse de París en una canoa ó piragua, vestidos de marineros, y vogar dos ó tres leguas por el Sena, buscando aventuras, pescando, pasando de balde de una orilla á otra á las mujeres ó á los pobres que andan desalados por llegar á tal ó cual puente, concertando regatas y apuestas , paseando á sus amadas, si las tienen, y si no, á las amadas de otros; y en fin, haciendo todo lo posible porque les suceda algo de lo que se refiere después en las novelas.