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DE MADRID A NAPOLES


Asi es que al salir de un último túnel de 714 metros, se abre el horizonte, y se halla uno con Génova y el mar debajo del camino; pero tan próximos y tan distantes al mismo tiempo, que no se comprende como podrá el convoy llegar á la ciudad, si no se hunde por escotillón.

Y lo que sucede es que el ferro-carril traza entonces una ámplia curva en torno de los moniculos en que se asienta Génova, pasando por encima de los tejados del Barrio delle Grazie, hasta que al fin logra encontrar acceso en la Ciudad de los Doria por su extremo occidental.


II.


VISTA DE GENOVA. — RECUERDOS HISTÓRICOS. —CRISTÓBAL COLON. — PASEOS POR LA CIUDAD. — LOS GARIBALDINOS. — UNA MANIFESTACIÓN PACÍFICA. — ME EMBARCO PARA LA TOSCANA.


La gran vista de Génova, dicen, es la que se goza cuando se llega por mar á su magnífico Puerto. — Ya tendremos nosotros ocasión de contemplarla de este modo, cuando regresemos del viaje que vamos á emprender al Mediodía, — En cuanto al panorama que ofrece la Ciudad á los que llegan por tierra, es también sumamente bello, á lo menos para mi gusto.

Desde que se empieza á salir de las cordilleras del Apenino, esto es, poco más de dos leguas antes de entrar en Génova, principian á aparecer por todas partes, asi en las cumbres de las colinas, como en las verdes soledades de los barrancos, hermosísimas Casas de recreo, pintadas de los más vivos colores, Palacios campestres, graciosas Quintas, Aldeas enteras, compuestas de jardines y soberbios edificios...

Todas estas viviendas, diseminadas en las suaves estribaciones de los montes, sirven de refugio á la aristocracia genovesa en la estación del calor. — La mayor parte de aquellas villas tienen pintadas al fresco sus cuatro fachadas, con figuras, y hasta composiciones, que producen el más singular efecto en medio de los pomposos árboles, de las rocas y de las aguas despeñadas. — Es la primera vez que he visto la pintura asociada á la agreste naturaleza.

Para llegar á la Estación, término del viaje, se pasa por túneles abiertos debajo de algunos palacios y por encima de los techos de humildes casas. Desde aquellas alturas se ve la capital de la antigua Liguria, escalonada en anfiteatro entre el Mar y el Apenino; apretada por las murallas y las olas; semejante á las ruinas de un inmensurable circo de mármoi. La arena de este circo es el Puerto, casi cerrado, dentro del cual se ven millares de buques de todas las naciones del mundo. Detrás de los dos espigones del muelle se perciben las extendidas aguas del golfo.

Una vivísima luz, un esplendente cielo, una infinidad de jardines entremezclados con las casas , y un aire tibio y aromoso, en que apenas se perciben las salobres emanaciones del mar, revelan al viajero que se halla en una de esas ciudades del Mediodía de Europa, que reflejan algo del