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DE MADRID A NAPOLES

bre no consiguió domar á los habitantes de Numancia. — Hacen, pues, mal los poetas en comparar con el león al hombre fuerte.»

Ni han quedado aquí mis paralelos entre los irracionales y la raza humana. — La honradez del elefante, la sagacidad y los vicios del mono, lii ferocidad del tigre, la hipocondría de la hiena, la ternura imbécil del oso. la abnegación sublime del perro, y otros muchos afectos, instintos y hasta pasiones que he estudiado detenidamente en la vida privada de la compañía de artistas que enriquece á Mr. Charles, me han dado asunto para todo un libro, que escribiré con el tiempo, cuando haya completado y madurado mis ideas acerca de los que llamamos brutos.

Por las tardes, he admirado desde la Plaza de Armas el magnífico y siempre nuevo panorama de los Alpes, cubiertos ya de nieve hasta su anchurosa falda. — ¡Cuántos y cuántos sitios de los que yo recorrí en octubre son ahora inaccesibles, ó han desaparecido bajo masas enormes de nieve y hielo!

Finalmente, hoy, día de la Concepción, he sacudido la pereza y el irresistible hechizo que me retenían en una ciudad tan monótona y triste, al decir de algunos, y tan agradable y deliciosa, en mi opinión, como la capital del Piamonte; y, acompañado de mi amigo Caballero y de Jussuf. del inimitable Jussuf, he reanudado mi peregrinación, firmemente resuelto á pasar la Noche-Buena en Roma, después de haber recorrido la Toscana.

Del camino que enlaza á Turin y Génova, ya conocéis la mitad, ó sea hasta Alejandría.

Al llegar por tercera vez á aquel centro estratégico de mis viajes por la Alta Italia, saludé el vasto horizonte que se dilataba á mi izquierda. — Por allí me había alejado cuarenta días antes: aquel cielo cobijaba á Pavía, á Milán, á Verona, á Venecia, á Pádua, aferrara, á Bolonia, á Módena, á Parma... ¡á tantas y tantas ciudades como había recorrido solo y triste; pero cuyo recuerdo me era ya tan grato! — Esta vez dejé partir el tren que iba á atravesar en breves horas aquellas ciento veinte leguas de amenos campos y de maravillas de arte, y seguí hacia el Mediodía en el mismo coche que me sacó de Turin.

Pronto pasamos por Novi, rica ciudad, á cuyas puertas fueron vencidos los Iranceses en 1799, es decir, cuando ya empezaban á acostumbrarse á vencer á todo el mundo.

A pocas leguas de Novi, el camino de hierro principió á engolfarse en los Apeninos. — ¡Al fin iba á atravesar aquella azulada cordillera que ha- bía estado viendo constantemente á mi derecha cuando recorría la Via Emiliana!

Al llegar á Arquata, encontrámonos ya cercados por los Montes, cuyas más altas cimas se levantaban delante de nosotros como cerrándonos el paso. — Desde Arquata á Génova sólo hay siete leguas; pero estas siete