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DE MADRID A NAPOLES.

eterno tipo de nuestra forma terrena,-que nunca altera sus primitivas líneas, á pesar de la incesante renovacion de nuestro cuerpo.

Mas hé aquí que una puerta se abre, á pocos pasos de la que me sirve de escritorio...

Ya era tiempo de que sucediera algo; pues de no suceder nada, Dios sabe á dónde habria ido á parar la precedente disertacion.

¡Hola! ¡una jóven sale por la puerta susodicha!-; Extraña fisonomía y extraña vestimenta!-Yo conozco algo semejante...

Sin duda es una judía.

Bien puede serlo.-El gobierno pontificio, ménos meticuloso que los que en otros pueblos imperan en su nombre ó siguen su politica, practica la tolerancia religiosa.

La judía permanece en frente de la puerta por donde ha salido...

Quizás espera á otra persona.

¡Ecco! - la judía es la criada y ahora sale el ama.

La judía es bella; pero la señorita á quien custodia lo es todavía más.

Ninguna de las dos tendrá veinte años.

La señorita lleva vestido de seda negro, mantilla española, y un devocionario en la mano.-Sin duda va á misa...-¡Madrugadora devocion!

La judía cierra la puerta y guarda la llave.

La señorita nos mira á los pocos personajes que estamos en la calle; mira despues á los balcones de su casa; mira en fin al Correo...., y en esto empieza el segundo toque de misa.

La señorita gira entonces sobre sus menudos piés, y toma calle arriba como atraida por la campana.

En esto la judía se le incorpora; le habla...; y las dos dan otra media vuelta, tornan á bajar la calle, y se dirigen al Correo.

La señorita se para á alguna distancia de la reja de la Administracion, y finge que se arregla el peinado, el vestido y la mantilla, y que está muy sosegada é indiferente.

Pero yo veo que sus hermosos ojos negros no saben dónde fijarse, y que su blanca y fina mano no acierta á encontrar las agujas escondidas entre el pelo...¡ Drama tenemos, sin duda alguna!

Entre tanto, la judía se acerca á la reja: habla con el Administrador de Correos; vuelve al lado de su ama; consulta con ella, y torna á la Administracion.

La señorita se pone muy colorada; échase el velo, Y, sin esperar á la judía, toma otra vez camino de la Iglesia.

A los pocos pasos se para, y vuelve el rostro con disimulo...

¡Oh divina alegría!-La criada corre ya hácia ella, enseñándole una carta.

Ríense las dos, ahogando en aquella risa de completo alborozo todos los escrúpulos del miedo, del pudor y de la cortesía, y una vez mano á mano, echan á correr, que no á andar, con direccion al Templo, á cuya