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DE MADRID A NAPOLES.

iluminacion ninguna. Mis piés se sepultaban en una densa alfombra de polvo... — Y, sin embargo, la espiral de la escalera no terminaba, ni parecia conducir á ninguna parte.

Al fin encontré una puerta , por la cual se alcanzaba una débil claridad del moribundo dia.

Aquella puerta daba á un corredor, con ventanas al patio.

Este corredor me llevó á una galería con vistas á la plaza.

Al fin de la galería empezaba una escalera oscura , que bajaba yo nó sabia adonde.

— ¿Bajaré por ella? me pregunté.

Ni ladrones ni asesinos eran de temer en el asilo de la autoridad...; pero la escalera podía estar hundida, cortada... ¡Podia llevar á una cisterna, á una prisión... tal vez á la prision de Parisina!... — Y luego, quién está seguro de que no hay nada de fundamento en lo que se cuenta de aparecidos, de fantasmas y de almas en pena?

Renuncié, pues, á bajar, y eché por otro lado.

Entonces recorrí salones y más salones , todos vacíos y abandonados completamente.

El rojo crepúsculo, ya casi muerto, me alumbraba apenas lo bastante para no tener que ir tocando las paredes.

Por último me perdí.

Y perdido seguí mucho tiempo, andando y desandando un mismo ca- mino. Y primero sentí fatiga; luego sentí hambre; y por remate sentí miedo...; miedo, sí, de pasar allí la noche, ó de ser tomado por un ladron, ó de encontrarme de pronto con los cinco ataúdes del festín de Lucrezzia Borgia, y con el Coro de Agonizantes, y con la misma Lucrecia..., armada de puñal y de veneno, envuelta en aquella rubia cabellera, tan fina y abundante, de que yo habia besado... digo, tenido en la mano... una preciosa trenza en la biblioteca de Milán!...

Comprended que mi situacion era apurada. — Yo habia acariciado el cabello de aquella terrible mujer, acaso contra su gusto... Ella se distinguió siempre por su sagaz policía y por su don de ubicuidad... Ella era muy capaz de hacer un viaje del otro mundo á éste con tal de vengar una ofensa... Ella podia haber esperado á que yo visitase su palacio para pedirme cuenta del insulto de Milan... — ¡ Ah! sí conocéis el retrato de la Borgia pintado por Ticiano, comprendereis todo lo que aquí digo; y si conoceis la vida y aventuras de aquella mujer, comprendereis todo lo que callo... — ¡Qué hermosa era, en medio de todo!

Así andaba por pasillos y crujías, por escaleras y salones, cuando (os suplico que me creais, — yo no invento nada en estos apuntes) oí unos leves pasos y el ruido de una falda que rozaba las paredes...

Ya era noche completa.

Yo me paré.

— «¿Quién va?» me preguntó entonces una voz de mujer, al fin de la galería en que me encontraba.