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DE MADRID A NAPOLES.

cantaban, reunidos ya en las marchitas copas de la arboleda; el frio se hacia sentir cada vez más; la niebla se levantaba del suelo é iba á reemplazar á las nubes que empezaban á desalojar la atmósfera, y en los balcones de algunas casas brillaba ya la luz de la velada de familia...

Todas estas cosas dieron otro rumbo á mis ideas , y pensé en que al dia siguiente baria muy buen tiempo, puesto que la niebla empezaba á helarse; y en que, habiendo ya visto á Pádua, estaba en el caso de continuar mi camino. — Pregunté, pues, al jorobado cómo se hacia el viaje á Ferrara, y me dijo que todas las mañanas á las cinco salia una silla de posta con direccion á esta ciudad, á la que se llegaba en diez horas.

Fuíme, pues, al Hotel: comí solo, lo cual es más triste que no comer (suponiendo que se haya almorzado) : escribí á España una carta, muy más interesante y curiosa que este capítulo: envié á la Posta por un billete para Ferrara: arreglé mi diminuto equipaje, y me acosté con peor humor que me levanté por la mañana.

¿Dónde estaba ya Venecia!

Venecia, y no sólo Venecia, sino también Pádua , se habían hundido en ese abismo sin fondo que se llama lo pasado.

A las cuatro de la madrugada estaba ya de pie; dirigíme á la Administracion de Correos; subí en la mala-posta ; y poco después salia de la Ciudad por la Puerta de Santa Croce.

Según había adivinado la tarde anterior, el día apareció magnífico. La tierra estaba escarchada; los árboles, todavía verdes, brillaban al naciente sol, y las aves cruzaban el limpio azul de la atmósfera, aprovechando como yo el buen tiempo para emigrar al Sur de Italia.

La carretera se dilataba por entre viejos álamos, que la cubrían de dulce sombra.

Aquellos magníficos arrecifes sólo pudieran compararse al Paseo de las Rosas de Aranjuez.

Así anduve leguas y leguas.

A un lado y otro del camino veía constantemente dos canales; el de Bataglia y el de Monselice.

Si yo no hubiera estado triste y solo, este viaje habria sido tal vez el más cómodo y delicioso de mi vida.

Ni polvo, ni frio, ni calor, ni gran movimiento en el coche... — Nada me recordaba las fatigas ordinarias de un viaje.

Los caballos trotaban acompasada y briosamente , y la silla de posta se deslizaba sobre el compacto arrecife, sosegada y ligera como por una alameda de los Campos Elíseos de que hablan los poetas.

A unas seis leguas de Pádua, pasé á la vista de la ciudad de Este, cuna de la ilustre familia del mismo nombre, que reinó en casi todos los Estados del Norte de Italia.

Una rama de esta familia dio origen á la dinastía de Brunswick , que reina todavía en Inglaterra y en Hannover... — Pero yo estaba muy lejos