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DE MADRID A NAPOLES.

usaba habitualmente, y otras machas cosas que me hacían tanto efecto como la mejor novela de Balzac.

¡Oh! nada hay tan melancólico en nuestra vida humana como estas intersecciones de dos destinos, procedentes de diversas y apartadas cunas, y llamados á no encontrarse más sobre la tierra! — Ni ¿quién será tan insensible que no haya experimentado alguna vez la vaga ansiedad de semejantes emociones?

Pasais por una ciudad sedentaria en que nunca habéis estado y á la que no pensáis volver. Veis en un balcón una hermosa jóven pensativa, que por casualidad fija en vos sus tristes ojos. Indudablemente , ella se ocupa de vuestro destino durante un fugitivo instante...

— «¡Un hombre! ¡un desconocido!... (murmura distraídamente su pensamiento.) ¿Quién será? Seguramente será alguien para algunos. El creerá que para mí no es nadie. Y es que yo no soy nadie para él. El pasa por aquí viniendo de no sé dónde y dirigiéndose á alguna parte. Nuestras vidas no se conocen. Sólo se han visto nuestros cuerpos. Nuestras almas no miran á un mismo polo. El habrá ya constituido sus afectos , como yo los mios... — ¡Dobló la esquina!... Heme aquí otra vez sola, encerrada en el círculo de hierro de mi monótona, rutinaria y fastidiosa existencia.»

Así, pues, el viajero es para aquella mujer la sombra querida de la libertad, la imagen del porvenir, lo desconocido, lo insóhto, lo poético... el más allá de los muros de su casa y de las montañas de su horizonte.

En cambio, aquella mujer es la esfinge de la vida del viajero. — «¿Quién sabe (se pregunta uno) si esa mujer tiene el alma gemela de la mia; si me está esperando hace mucho tiempo; si ella seria mi felicidad? ¿Quién sabe si yo estoy pasando ahora mismo por delante de la dicha, sin adivinarlo siquiera, y he de seguir adelante buscando una cosa que ya me he dejado atrás? ¿Quién sabe si mañana volveré á encontrar á esta mujer en mi camino, y la amaré y suspiraré por ella, y entonces será ya tarde?»

Y en medio de estas dudas, nos maravilla que aquel ser haya existido diez y ocho ó veinte años sin que nosotros lo supiéramos, sin que lo hubiésemos imaginado siquiera; y nos duele el corazón al comprender que ya nunca volveremos á saber de aquella vida; que ignoraremos su futura historia; que no tendremos noticias de su muerte; que al dejar aquella calle será cuando verdaderamente moriremos el uno para el otro... ¡y que, sin embargo, era tan bella, era tan expresiva, era tan grave, hubiera sido tan cariñosa!...

¡Oh, lo desconocido! — ¡Lo desconocido es lo infinito! ¡Lo desconocido es todo lo que nos falta! ¡Lo desconocido es el cielo!

Mientras yo pensaba de este modo (sin más razón ni motivo que ha- ber visto moverse las cortinillas de dos ó tres balcones y haber columbra- do entre cristales, aquí unas trenzas ¡sedosas, allí unos ojos negros rasgados, acá una mano aristocrática, acullá un talle juvenil mal desfigurado por los pliegues de una bata), el dia empezaba á desaparecer; los pájaros