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DE MADRID A NAPOLES.

góndola de Beppo, del viejo Beppo, que hasta fingió llorar al tiempo de dejarme.

Eu la proa iba mi saco de noche. — A popa iba yo con mi tristeza de peregrino...

Llegué al fin á la Estacion del camino de hierro, á la cual no habia vuelto desde aquella poética noche en que vi surgir ante mis ojos á la reina de las olas, esclarecida por la nacienle luna... — ¡Qué diferencia entre ambos momentos! — ¡Entonces deseaba ver lo que ya abandonaba! ¡Ya temia olvidar lo que codiciaba entonces!

«¡Ah! ¡Venecia! ¡Venecia! ¡Tú seguirás viviendo lejos de mí, tan bella como yo te he visto! — Tú te quedas ahí, en el Oriente; y yo he emprendido ya mi vuelta hacia el Ocaso. — Y llegaré á él..,; llegaré tambien al ocaso de mis dias...; moriré como tantos otros que admiraron y cantaron tu hermosura, y tú seguirás recibiendo los besos de las olas, las miradas del sol y las caricias del astro de la noche! — ¡Adiós, adiós, adorada Venecia!»...

Estas y otras cosas pensaba yo, cuando la Policía me hubo dejado salir de Venecia, despues de someterme á nuevas inquisiciones, y en tanto que la locomotora nos arrastraba sobre las aguas por aquel maravilloso Istmo que me recordaba en cierto modo el camino de Puerta de Tierra que une á Cádiz con la Península Española...

Hora y media después, el tren hizo alto, y volví á oir gritar, como quince dias antes:

¡Pádua! ¡Pádua! (¡Padova! ¡Padova!)

Y, como entonces, vi á lo lejos unas grandes cúpulas, que salian de un suave barranco.

— Hé aquí mi camino... murmuré, echando pié á tierra, algo consolado de mi aflicción.

Y mientras el tren seguía en marcha hacia Verona, yo subí á un ómnibus con dos ó tres viajeros más; crugió el látigo del automedonte; galoparon los caballos; envolviónos una nube de polvo, y en menos de cinco minutos nos encontramos en la Ciudad.

Pádua está rodeada de muros, y tiene siete Puertas. "

Nosotros entramos por la Puerta Codalunga.

Las calles que recorrimos para ir al Hotel della Stella d'Oro, en donde paraba el ómnibus y donde yo me instalé, eran las principales de la ciudad, y sin embargo, no brillaban por su alineacion, por su alegría ni por su buen empedrado. En muchas de ellas vi pórticos, nada elegantes, que me recordaron los de nuestra Palencia. Entre las casas, antiquísimas y adornadas con escudos heráldicos, había bastantes Palacios en estado de decrepitud.

Leo en un libro que Pádua contiene 45,000 almas. — Yo no me lo hubiera imaginado al entrar en ella. Tales eran el silencio y la soledad que reinaban por todas partes.