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DE MADRID A NAPOLES.

de lord Byron; nuestras cenas en la Isla de la Giudecca (Judería); nuestras excursiones en góndola alrededor de la ciudad; nuestras horas de acecho para ver á las elegantes venecianas salir de sus góndolas y entrar en misa; las canciones de Gaetano, el liijo de mi gondolero, á media noche, en mitad del Canal Grande...; la salida del sol por el mar, que nos dejaba entrever un momento las lejanas costas de la Istria; las tardes en que lo veíamos ponerse hacia los Estados Romanos, y decíamos: «todavía lo verán en España durante hora y media...;» todas estas cosas pudieran ser objeto de otros tantos capítulos acerca de la vida veneciana; pero yo me contento con mencionarlas aquí, por vía de índice, á fin de que mañana me sirvan para coordinar mis plácidos recuerdos.

A todo esto no os he dicho nada de los Teatros de Venecia.

Verdaderamente, poco tengo que decir.

El Teatro de lu Fenice, donde se han estrenado tantas óperas magistrales, y uno de los primeros del mundo, según la fama, se halla cerrado hace tiempo por orden del gobierno austríaco, á consecuencia de las manifeslaciones ó tumultos que allí ocurrían frecuentemente.

Ved qué tumultos eran estos.

Todos los grandes músicos de Italia han sido y son republicanos; lo mismo Bellini que Donizetti; asi Verdi como Rossini: por consiguiente, los argumentos que han elegido para casi todas sus óperas respiran liber- tad é independencia. — Ahora bien, los Druidas de Norma, clamando contra la dominacion romana; los Suizos, alzándose contra el Austria en Guillermo Tell; los Puritanos, gritando libertad y patria; los Mártires, caminando gozosos al suplicio con tal de no renegar; el pueblo hebreo, gimiendo bajo los Faraones en el Moisés; Babilonia, escandalizada por Nabuco; los amigos de Beatrice di Tenda, pugnando contra la tiranía de Visconti, y otros tantos casos análogos como abundan en las obras de aquellos maestros, eran estrepitosamente aplaudidos por el público veneciano, que aprovechaba la ocasion para cantar desde palcos y butacas, y á coro con los artistas, mágicas frases de ardiente patriotismo, que los gobernadores austríacos no podían sufrir con paciencia, — tanto más cuanto que en todas esas óperas lo straniero acababa siempre por ser degollado...

El teatro de la Fenice fue, pues, cerrado indefinidamente.

El de San Benedetto, en que se acostumbra á representar comedias italianas, no se abrirá este año hasta fin de diciembre.

Me he contentado, pues, con asistir una noche al teatro Apollo, y otra al teatro Malibran.

En el teatro Apollo, grande y pobre, incómodo y baratísimo, se representaba la tragedia de Alfieri: Orestes.

Entre la orquesta y las butacas habia dos centinelas austríacos, con la bayoneta calada, encargados de mantener el orden.

La compañía era detestable, y sin embargo, representaba con un fu-