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DE MADRID A NAPOLES

tierra; un bandido, que lo retiene, pisándole los hábitos, y se dispone á herirle por segunda vez, y el otro monje, que huye. La viveza dramática, el fuego del dibujo, y sobre todo, el rico y valiente color de esta escena exceden á toda ponderacion. Allí arriba, entre los árboles, se ven dos ángeles que acuden con la palma del martirio á premiar al Bienaventurado. Este no mira al asesino feroz que lo pisotea y le va á herir, sino que tiene los ojos clavados en aquella visión de gloria, como refiriendo su muerte á Aquel que murió por todos los hombres. El otro dominico (naturaleza más vulgar), aunque visiblemente compadecido de la suerte de San Pedro, apela á la fuga, no sintiéndose con valor para ser mártir. El lugar de la catástrofe, admirablemente pintado, la energía de las figuras, los efectos de la luz entre los árboles, todo contribuye á dar á este cuadro un interés, una vida, un movimiento, de que carecen por lo general las obras religiosas del pintor de las Vénus.

Dicese que el Senado (que ya habia nombrado á Ticiano primer pintor de la República) se entusiasmo tanto al ver el Martirio de San Pedro, que prohibió, bajo pena de muerte, el que saliese nunca de Venecia. Pero Napoleón I, el gran derogador de toda ley antigua, desatendió tambien este decreto y se llevó el cuadro á París. — La Academia de Bellas Artes lo sometió allí á una arriesgada operacion , que lejos de haberle perjudicado, le ha favorecido y prolongará muchos siglos su existencia. Tal fue la de desprender la pintura (¡los colores!) de la tabla en que la colocó Ticiano, y fijarla sobre un lienzo, sin alterar en nada el aspecto de tan peregrina obra. Por último: cuando en 1815 volvieron tantas cosas á su antiguo ser, el Martirio de San Pedro volvió también á Venecia.

Pero fuera cuento de nunca acabar si yo hubiese de describiros todos los portentos de arte que guardan los Templos de Venecia. Sólo Santa María della Salule (que, como os he dicho, se alza enfrente de mis balcones) encierra diez ó doce obras de' Ticiano, algunas de primer órden; y en San Rocco, Iglesia no muy notable, hay más de cincuenta pinturas de Tintoretto, de las que citaré únicamente la Piscina probática, llena de inspiracion y rica de colorido.

En San Sebastiano he visto el Sepulcro de Pablo el Veronés. — El Mausoleo del insigne autor de las Bodas de Canaan y del Rapto de Europa, consiste en una sencilla lápida. En cambio, se ven cerca de su sepulcro tres lienzos suyos, y suyas son también las pinturas del techo de la Iglesia. ¡Qué mejor monumento para un artista!...

Más dichoso Ticiano, tiene un magnífico Mausoleo en la iglesia de I Frari. — Allí descansa entre héroes el amigo de Cárlos V y de Ariosto, el pintor de la Asuncion y de Danae, el cortesano de Lucrezzia Borgia y de la princesa de Eboli, y allí lo acompaña también una obra suya, pálido vislumbre de su genio.

El Sepulcro de Ticiano , de mármol oscuro con estatuas blancas, ha sido construido en estos últimos años. Su epitafio dice: TITIANO, FERDI-