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DE MADRID A NAPOLES

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— Subamos, le dije al conserje.

— Espérese usted, me contestó abriendo otra puerta, que daba á una reducida estancia, á la cual se subia por tres ó cuatro escalones.

Aquella habitacion estaba también medio alumbrada por una alta claraboya.

— Aquí se verificaban las ejecuciones, añadió el implacable anciano.

Y me señalaba á una especie de nicho que habia en una pared.

— Se metia al reo en ese hueco; se le hacia sentarse de espaldas; se liaba este cordón de seda alrededor de su cuello; luégo le pasaba la punta por esta anilla; el verdugo tiraba..., y el hombre quedaba estrangulado... asi...

Dijo el viejo, y tiró del cordon...

Al mismo tiempo oí un chisporroteo como de sarmientos que ardian... ¡No sé qué triste y crugíente ruido que me erizó los cabellos!...

— ¿Qué es eso que suena? pregunté, retrocediendo.

— ¡Venga usted detrás de mí! continuó el conserje, quien, poseído ya de un vértigo sanguinario, no atendía á mis preguntas.

Y abrió una puerta, y después otra.

Los chasquidos de la lumbre continuaban...

Al abrirse la segunda puerta, una vivísima claridad hirió mis ojos y me dejó ciego.

Un océano de llamas lucia ante mi vista.

Era el sol; era el agua; era el dia.

Estaba libre. Tenia los píes en el borde mismo de la laguna.

Me hallaba en la puerta del Palacio Ducal que da sobre el Canal de la Paglia, debajo del Puente de los Suspiros.

— Por aquí se sacaba de noche el cuerpo de los ajusticiados (prosiguió el viejo carcelero). Aquí esperaba una góndola con dos esbirros, que arrojaban el cadáver en la laguna, después de atarle una bala de cañón á los píes, si la causa había sido secreta, ó lo llevaban á la Iglesia de San Juan y San Pablo, donde era sepultado, sí la causa había sido pública y notoria.

Mientras el Conserje terminaba así sus explicaciones, yo reparaba en una especie de portería, situada entre las dos puertas que habíamos atravesado últimamente, y destinada á cocina por no sé qué irrision de los tiempos.

Allí freia pescado una vieja centenaria ; sin duda la mujer del Conserje.

No era otra la causa del ruido que me había sobresaltado tanto.

Aquella habitacion, que sigue á la del suplicio, había sido durante muchas generaciones el Depósito de Ajusticiados.

Buona salute, me dijo el carcelero, guardándose unas monedas que le alargué.

Y cerró la puerta detrás de mí.

Yo me encontré solo, entre el Palacio y el Canal; es decir, preso otra vez ó sea cogido entre la puerta y el agua.