repito un dia de mi vida y vuelvo á ver un sol que ya se habia puesto para míi.—Mejor dicho: en este mstante experimento aquel asombro indetinible en que pasé este verano la perdurable tarde subsiguiente al eclipse total de sol que presencié desde las ruinas de Sagunto.
¡El Palacio Ducal!...—Yo entré en él por la Escalera de los Gigantes, refulgente de luz y de hermosura, y he salido por la angosta y sombría escalera de los Pozos, ¡por donde sacaban los cuerpos de los ajusticiados para llevarlos á enterrar ó echarlos en la laguna!...
¡Dichosa, sí; pero no interesante edad la nuestra, en que me ha sido tan fácil y tan poco arriesgado recorrer el laberinto pavoroso donde miles de hombres se han perdido para siempre!—No hace todavía muchos años, entrar en el Palacio Ducal por la Piazzeta para salir por el Canal della Paglia, equivalia á ir de la vida de la muerte.—Entre una y otra puerta estaban el Consejo de los Diez, las Prisiones, la Sala del Tormento y la Horca espantosa que yo acabo de tocar con mis manos! —Y si alguno le— gaba vivo al término de esta calle de amargura, no era sin que sus cabelos, por negros y juveniles que fuesen á la entrada, blanqueasen, como pavesas, á la salida. —¡Cuántos y cuántos invirtieron treinta ó cuarenta años en recorrer la Vía Crucis que yo he visitado en cuatro horas!...— ¡Oh, mísera poesía! Tú Le vás, como muchos otros númenes, dejándonos demasiado venturosos á los cultos habitantes del planeta!—Oh, libertad!
¡Cuan dulce es desearte!! Pero dejemos estas filosofías, y describamos el Palacio Ducal y las in teresantísimas escenas que acaban de ocurrirme en él.
El Palacio de los Dux es una de las obras más bellas é imponentes que ha creado la arquitectura. Yo no sé qué nombre dar al estilo de su facha da: si el de árabe ifaliano ó el de gótico-bizantino. Mejor será decir que es puramente veneciano.—En aquella fachada resplandecen los mosáicos orientales, los arcos romanos, las ojivas góticas, la decoracion plateresco y las columnas bizantinas, y todas estas cosas juntas dan por resultado una belleza exclusivamente veneciana, que resume los varios caractéres de la historia de la República y armoniza con la extraña contextura de la ciudad.
En efecto: donde el pavimento de las calles es de agua, se concibe q.e la base de los edificios sea una doble colamnata aérea, que dibuje en el cielo y en las ondas los esbeltos perfiles de sus abiertas galerías; y donde confluyen el Imperio aleman, la clásica Italia y el esplendoroso Oriente, se explica que las estátuas gentiles figuren en homacinas cristianas; que el arco apuntado se levante sobre la cornisa griega, y que el macizo bordado de arabescos descanse en los calados rosetones góticos.
Pero el Palacio Ducal no puede describirse. —Hay esquinas que son obras maestras de ornamentacion; escaleras que parecen sueños de la fantasía; perspectivas ideales; verdaderos tesoros de pintura y de escul= tura; un asombroso lujo de mármoles y bronces, y sobre todo esto un aire de Edad Media, un perfume histórico, una grandeza monumental que