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DE MADRID A NAPOLES.

amigos y yo en el Café Florian, en donde entramos en busca de som-= bra y de descanso, Cuan: lo ya hubieron concluido «le comer las palomas.

Tocaban á la sazon los austriacos la magnífica introduccion del primer acto de Lucrezsia Borgia, en que, no sé por qué misterio de la sensibilidad humana, Donizetti ha pintado con notas musicales, y todos hemos entrevisto al oirlas, una mascarada de Venecia.

Los más ardientes patriotas de la ciudad (que es como quien dice, las personas principales de ella), parroquianos constantes del Café Florían, no prestaban atencion alguna á los periódicos de París y Lóndres que tenian en la mano, y llevaban con la cabeza el compás de la música, exclamando maquinalmente:

—;¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Delicioso!

El son dle sus propias palabras les recordaba entonces que estaban aplaudiendo á sus mortales enemigos, y haciendo un brusco movimiento como para sacudir una fascinacion, tornaban á la lectura del Journal des Debats, del Times, de la Presse ó de la Patrie, en cuyas largas columnas encontrarian indudablemente palabras de consuelo y esperanza.

Alrededor de cada lector habia un grupo de ocho 6 diez amigos suyos, que alargaban la cabeza para oir tal ó cual noticia 6 comentario, dicho en voz muy baja y precedido de una mirada recelosa hácia algun que otro personaje rubio que refrescaba tranquilamente, sentado solo en una apartada mesa.

Aquellos individuos rubios eran agentes de policía, disfrazados de caballeros.

Como habia tanta gente en el Café, nosotros nos vimos obligados á sentarnos muy cerca de uno de aquellos grupos de lectores, los cuales nos miraron y se miraron con marcado recelo y bajaron más la voz siempre que se dirigieron la palabra.

Yo atribuia aquella actitud á la cara alemana de H. de V., á los cabeMos dorados de sir Arturo, que tambien podia pasar por tudesco, y á algunas palabras españolas que vo le dirigí al jóven cónsul; pues va os dije en el Lago Mayor que, en toda Italia, español es hoy sinónimo de austriaco, de teócrata, de partidario de Francisco II.

Sin embargo, á pesar de toa su reserva, comprendimos que se ocupaban de la reciente batalla del Garegliano.

Los jóvenes patricios se reian y bromeaban al leerse algunas no— ticias.

Esto me afirmó en una sospecha que tenia yo desde anoche; y sin encomendarme á Dios ni al diablo, aconsejé á sir Arturo que metiese la ca— beza en uno de aquellos grupos y pidiese noticias de Nápoles.

Sir Arturo no vaciló, aunque se puso muy colorado; y valiéndose de su italiano de colegio, saturado de un marcadísimo acento inglés, arrojó estas palabras en medio le aquel club.

—Perdon, caballeros. Yo soy inglés, y por consiguiente amigo de la