Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/310

Esta página ha sido corregida
284
DE MADRID A NAPOLES.

atravesar la laguna con la especie de grillete que les habian atado al pie, se refugiaban en los techos de la Basilica y del Palacio Ducal, donde en— contraban fáciles y seguros nidos. Allí se propagaron extraordinariamente; y, como acontece siempre en casos análogos, al cabo de cierto tiempo llegaron á ser objeto de amor y veneración para los mismos que las habian perseguido.—Ellas, en cambio, habian tomado carta de naturaleza en la ciudad, y aunque libres ya de la cadena que antes les impidiera irse á sus lares patrios, quedáronse de buen grado en aquellas extranjeras cúpulas que habian visto nacer á sus pichones.

Asi las cosas, y atendidos los pocos recursos que ofrecian las Islas á la creciente colonia, dispuso el Dux Mocenigo, que en alelante se alimentase á aquellas inocentes criaturas por un delegado de los graneros pú blicos, á costa de la ciudad que las habia retenido á dura fuerza, y quese les guardasen los mismos respetos y consideraciones que á los demás habitantes de Venecia.

Desde entonces, las palomas bajaron de sus altas viviendas y se hicie— ron amigas de los venecianos, con los cuales pasean hoy tranquilamente por la Plaza de San Márcos, y cuyas casas visitan sin recelo alguno.

Pero aún no habian terminado los sufrimientos de esta tribu infortunada.—En 1717, al hundirse la República, el gobierno francés les retiró la pension que disfrutaban hacia siglos, y las pobres palomas atravesaron algunos años de verdaderos apuros. Pero, felizmente, quiso Dios tocar al corazon de una noble señora de la familia de Pocastro, moradora de la casa á cuyo balcon habian acudido desde los tiempos de Mocenigo las hi jas adoptivas de la ciudad á recibir el pan de socorro; y dicha señora se constituyó y constituyó á sus herederos en la dagrada obligacion de alimentar á sus expensas, gratuita y generosamente, á estas huérfanas de la República, hasta tanto que la ilustre Señoría sacudiese la servidumbre y pudiese restablecer las antiguas prácticas.

Y tal es hoy el estado del asunto.


Mientras yo me enteraba de él, la música austriaca seguia tocando: el primer acto de la Sonnámbula, y, ciertamente, de una manera admirable.

Esta última opinion no es mia: es de los mismos venecianos.

Los paisanos del insigne Pórpora aman la música sobre toda ponderacion, y si razones de patriotismo les impiden disfrutar públicamente delas acordadas armonías de las bandas tudescas, no es mucho verlos parados detrás de las esquinas que dan á la Plaza de San Márcos, con el oido: atento á las melodías italianas, interpretadas magistralmente por los profesores alemanes, ni menos es raro oirles exclamar á cada momento:

—¡ Corpo de Dio! ¡Questi barbari eseguiscono come angeli! (Estos bárbaros tocan (ejecutan) como ángeles!)

No una, sino muchas frases por el mismo estilo, oimos esta tarde mis