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DE MADRID A NAPOLES.

bien me imagino á una veneciana muriendo de amores, sin atreverse á confesárselo á sí misma, por uno de estos maJdecidos extranjeros, cuyas tristes y respetuosas miradas le dirán á todas horas: «La fatalidad nos impide amarnos...» —¡Qué magnífico drama! ¿no es verdad?—De esto á Romeo y Julieta no hay más que un paso.

"Porque tambien puede suceder que los azules melancólicos ojos del guerrero germánico y los negros apasionados de la náyade del Brenta se sobrepongan á Jos odios de raza y concluyan un tratado de paz y amistad...

Ya en este caso, figuraos las citas misteriosas; los peligros arrostrados los momentos de terror que amenizarán las entrevistas; la lírica combinacion del amor y el miedo; las lágrimas y los remordimientos de la amada; la infinita gratitud y los temerarios proyectos del amante; las sospechas del hermano; la delacion del gondolero; el encuentro de dos riva= les en una oculta galería; el desafio ó el asesinato; la maldicion del indignado padre; la cautividad de la liviana hija; el rapto y la fuga; el convento, el suicidio, la tísis ó el casamiento de conveniencia;—ó bien el cambio de guarnicion, la ausencia, la infidelidad y el olvido del austriaco; la imposibilidad de quejarse en que queda la italiana; las cartas sin respuesta; los plazos que no se cumplen; la noticia de la muerte del oficial, acaecida en Pallestro ó Solferino, y la enfermedad sin nombre de la soltera-viuda; y el retrato de un mancebo rubio, besado disimuladamente en las noches de agonía; y la muerte de la desposada; y su blanco sepulcro, sobre cuya lápida fria revelan los confidentes la secreta historia, de la cual se apodera un vate; y finalmente, el poema, la tragedia ó el melodrama que este vate escribe, y las lágrimas piadosas de la posteridad entusiasmada!

Tales eran hoy mis pensamientos en la Plaza de San Márcos.

Entre tanto, algunos soldados iban colocando en medio de ella unos atriles con papeles de música, en cuya cubierta se leia: «SONNAMBULA, per Vincenzo Bellini,» mientras que los profesores de una numerosa banda militar templaban sus instrumentos.

En esto dieron las dos en rorologio di San Marco.

Lo que pasó entonces en menos de diez segundos, no podria referirse en una hora.—Yo lo diré en resúmen.

Primeramente, oyóse un reldoble de tambor que terminó en un golpe de música.

No bien sonó este golpe, toda la gente que se paseaba por la Plaza, echó á correr y se desbandó en varias direcciones, apresurándose y atropellándose por desaparecer en seguida y no oir la música tudesca.

Esta manifestacion del odio de los venecianos á sus opresores se repite todos los domingos.