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DE MADRID A NAPOLES.

Parecíanos que bogábamos hácia el escenario de un teatro, pasando sobre la sala ó parterre para atracar en el mismo proscenio.

En frente de nosotros veíamos á la izquierda la <oberbia fachada del Palacio de los Dux, cuya masa enorme, atiligranal1 como las construcciones árabes, se levantaba sobre dos aéreas galerí: s le elegantes arcos, que parecian arrancar del agua, ó más bien apoysrse en otras dos gale= rías sub-marinas, que no eran sino el reflejo de ls primeras.

A la derechase alzaba otro Palacio no menos bello la Libreria Vieja), revestido de dos órdenes de arcadas jónicas y dóricas, que se copiaban tambien en la laguna.

Entre ambos edificios se extendia la Píazzeda, en medio de la cual surgian dos altísimas Columnas de granito, como dos cen: inelas apostados allí para defender la entrada en el forum veneciano.

Una de aquellas columnas sostiene la Estátua de San Teodoro, primitivo patrono de Venecia.

Sobre la otra campea el Leon alado de San Márcos, defensor de la ciudad.:

En cuanto á las Columnas, fueron trasportadas del archipiélago griego, hace más de siete siglos, por el dux Michieli, y erigidas en 1170 en el lugar donde hoy se hallan.

Detrás de ellas, veíamos dos grandes Pilastras, procedentes de Siria, y no lejos un Grupo de pórfido, llamado la Pietra del bindo, en que de tiempo inmemorial se fijan los edictos del gobierno.

Despues descubríamos el principio de la Plaza de San Márcos, la Torre del Reló, los Tres mústiles, enhiestos sobre sus pe lestales de bron= ce, y la aguja audaz del Campanile.

Todas estas cosas, surgiendo al parecer de las aguas y destacándose en el cielo, dan á aquel lugar una fisonomía inexplicab e, »n que ho acierta uno á distinguir si lo que ve es un navío, un templo, un palacio, una decoracion teatral, ó un museo de arquitectura.

Y aquello no es hoy más que un monumento fúnebre que pregona la muerte de Venecia.

¡Ah!... ya no ondean en los tres elevados mástiles las banderas de Chipre, de Morea y de Candía: ya no es esta la Venecia que dominaba todo el Oriente del Mediterráneo, en Grecia y en Turquía, desde Italia á la Tierra-Santa; la que reinaba en Constantinopla y ixmillaba á Roma y Viena; la que imperaba en los mares, como Tiro, Sy lon y Cartago en la antigúedad, ó como Inglaterra en nuestros dias. —El le-cubrimiento de América le arrebató su poder y su importancia; la revolucion francesa acabó con su aristocrática república; el tratado de Ca np» Formio la entregó manialada al extranjero.—1848 fue un sueño de 'iiwertul y gloria, y la promesa de 1839, una palabra vana...—Venecia esp+ra, sin embargo.

¡Oh, cuántas veces arribó el Bucentauro á este muelle de lu Piazzotta en que nosotros vamos á desembarcar! El nuevo Dux que acababa de desposarse con el Adriático, en el puerto de Malamoceo. pasaba de la do-