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DE MADRID A NAPOLES.

murar en medio de su sueño! —;¡Qué contraste con sus mayores! ¡Ah!

ellos son á sus padres lo que el verdoso fango, deshechado por la mar, es á la potente ola que separa al marinero de su nave!»

Estos enérgicos acentos pusieron de moda á Venecia en ambos mundos. Desde entonces, la poesía, la música y la novela hicieron de la hija de las lagunas la Isla de Delos del romanticismo, y los poetas y los artistas fueron en peregrinacion á saludarla.

La musa de Byron, heredera de la de Shakspeare, levantó la proscripcion que el neo-paganismo del siglo XVIII habia hecho pesar sobre las obras del gran Guillermo, y Otelo, Syllock y Pedro Jaffier volvicron á repetir en el teatro el nombre de Venecia. Entonces Fenimoore Cooper escribe el Bravo: Mad. Stael habia ya imaginado á Corina: Victor Hugo lanza á la escena á Angelo y á Lucrezzia Borgia: Jorge Sand crea á Con—suelo: Martinez de la Rosa presenta en Paris su drama La Conjuracion de Venecia: Alfredo de Musset, Jules Sandean, Chateaubriand y Lamartine visitan la ciudad y recuerdan todo lo que Roussean y Montesquieu habian escrito acerca de ella... Pero ninguno habla de nuestro QuEveDo, huésped tambien de Venecia y de los mas esclarecidos!...—Entre tanto, toda Inglaterra y media Francia pasan los Alpes para venir á ver la patria de Margarita Cogna, la Fornarina de Harold.

Tal es lord Byron para el viajero que llega á esta insigne ciudad, ó para el vate que la acaricia en sus sueños.

Para los venecianos es algo más interesante todavía.

Lord Byron vivió muchos años en Venecia, habitando, ora en el pala= cio Mocenigo, situado en el Gran Canal, ora en una villa Ó quinta, á dos leguas de Pádua y á otras dos de Fusina, desde donde venia á Venecia en góndola.

En una y otra parte; en la ciudad como en el campo, fue tanto el ruido que metieron sus aventuras amorosas, tal el efecto que causó su extravagante género de vida, tanto el dinero que derrochó á manos llenas; fueron tantos, en fin, los viajeros que acudieron á visitarlo ó á verlo desde lejos, que Venecia toda se llenó de su nombre, y no hubo en el Véneto mujer, niño ni anciano, de cualquier clase de la sociedad que fuese, que ignorara que residia entre ellos un hombre extraordinario, un ingles medio poeta, medio diablo, terror de los maridos, encanto de las damas, providencia de los pobres y anfitrion de los calaveras, al cual se consideraba (y es cuanto se puede decir) tan superior á los demás hombres como al terrible Napoleon Bonaparte, prisionero á la sazon en Santa-Elena.

—Baste decir (continuó mi gondolero) que yo mismo me ví obligado á averiguar su vida y costumbres, á fin de contestar á las innumerables preguntas que me hacian cuantos extranjeros conducia en mi góndola.

—«¿Conoce usted á lord Byron? me decian todos antes de entrar en ajuste. Y como les respondiera afirmativamente, seguia el interrogatorio de esta manera: —¿Cómo es? ¿Dónde vive? ¿Qué hace? ¿A qué hora se le vé? ¿Por dónde pasa? ¿Qué come? ¿Qué dice? ¿Cojea mucho? ¿Es verdad