La gente que faltaba en los canales iba y venia por aquellos corredores y pasillos que tienen el nombre de calles.
El embaldosado suelo brillaba como el de la más cuidada habitacion.
En Venecia no se conoce el polvo.—¿Ni cómo ha de conocerse?
Nadie hablaba en alta voz...—Sólo se oia el rumor de los pasos.
Este es otro rasgo característico de Venecia.
La mayoría de los transeuntes se componia de pandillas de oficiales austriacos, cuyas espadas producian un lúgubre són al golpear los pelda= ños de las escaleras que bajaban á los canales ó subian á los puentes.
Aquel silencio podia compararse al que interrumpe la alegría de un festin, cuando un convidado pronuncia palabras amenazadoras á que no puede seguirse sino un duelo.
- Y mientras las gentes callaban de este modo, las calles ardian, por decirlo asi, con las multiplicadas luces de innumerables tiendas, cafés, almacenes y bazares que en nada se diferenciaban de los del resto de Europa.
Resulta, pues, de todo esto, que hay dos Venecias, comprendidas mu" tuamente la una en la otra: la Venecia exterior y la Venecia interior; la alta y la baja; la oscura y la luminosa; la italiana y la tudesca; la del agua y la luna y la de los brillantes aparadores, en que resplandece el comercio; la de los palacios y la de las tiendas; la solitaria y la poblada; la de las góndolas y la de los ambulantes.
Y resulta tambien que desde una Venecia no se adivina la existencia de la otra. El que discurre por las tenebrosas lagunas no puede sospechar que sobre su cabeza y al otro lado de las casas hay una ciudad despierta, viva, radiante, esplendorosa: como el que pasea por las calles no se da Cuenta de que debajo de él y en torno suyo hay otra ciudad dormida, silenciosa, llena de oscuridad y de misterio.
Y, sin embargo; asi como desde la góndola oí alguna vez en los aires sordos pasos de fantásticos transeuntes, del mismo modo he oido desde los puentes balbucir el agua en coloquio con los remos, y tenido conciencia de que alguien pasaba por debajo de mí.—Pero esto era rápido y traositorio como una distraccion del sentido, y luégo tornaba á la realidad de lo que veia, olvidando Ó no comprendiendo la faz oculta de Venecia.
De este modo he llegado al Hotel.
La puerta de cristales por donde he entrado en el Edificio da á una extensa galería, al fin de la cual hay otra vidriera semejante, que dá sobre el Gran Canal: es decir; que el Hotel d'Europe, como todas las casas de Venecia, tiene una entrada por tierra y Otra por agua.—La fachada principal mira siempre á los canales.
Pero todo lo examinaremos mañana Con nuestros propios ojos.—Hasta ahora me atengo á las explicaciones del hermano de Jacobello.
Conque hénos en Venecia.
Yo no pienso salir ya esta noche. Estoy fatigado y quiero madrugar.