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DE MADRID A NAPOLES.

que la archiduquesa María Luisa (la viuda de Napoleón? se hizo labrar un collar y unos brazaletes con granito de este sepulcro, y que todas las damas sentimentales de Verona dieron en llevar entre sus diges un pequeño sarcófago de la misma materia, pagada á peso de oro...

Háse, pues, prohibido rigorosamente por el gobierno austríaco semejante comercio, sin embargo de lo cual (y sentiré que esta declaración mia pare perjuicio al hijo del hortelano) yo mismo he entrado en codicia,; i causa quizás de la prohibición, y llevo en el bolsillo un pedazo muy regular de tan codiciado tesoro, con el cual pienso hacer un tintero...

Por lo demás, este pobre muchacho, que penetra en la vida pronunciando á todas horas, y sin comprenderlas, las dos palabras sacramentales de los humanos destinos—amor y muerte,—sabe de memoria el argumento de la tragedia del inmortal Guillermo, y cuenta las cosas con tanta inocencia, naturalidad y gracia, que hay momentos en que cree uno que Capulet, Montaigu, Scalus, Baltasar, Mercutio y Gertrudis existen todavía; que Romeo, Julieta y Páris murieron hace dos ó tres años, y que este chico se acuerda vagamente de ellos y de su trágico fin, como de una cosa que sucedió cerca de su cuna.

— ¿Ve usted en aquella tapia?—dice el rapaz con su voz argentina. —;Ve usted allí unas piedras desmoronadas que dejan una brecha en el muro?—Pues por allí entró Romeo en el cementerio.—¿Ve usted estos agujeros del sepulcro?—Pues se hicieron para que respirase Julieta, la cual, como usted sabe, no estaba muerta cuando la enterrarion, sino solamente narcotizada.—¿Ve usted esta ligera concavidad?—Pues este era el lugar de la cabeza...

En medio del ex-jardin, bajo una medio hundida glorieta, formada por vides y calabazas muy gordas, se ve el sitio que ocupó antes et sepulcro.

Al sacarlo, ha quedado una especie de estanque, lleno de agua hasta la mitad.

¿Son las lágrimas de los peregrinos? ¿Es la lluvia del cielo?

Aunque Verona no es el lugar más á propósito para que un español recuerde con gusto á Chateaubriand, no puedo menos de repetir aquí las patéticas palabras con que termina El Ultimo Abencerraje:

«Aquel monumento (la tumba de Aben-Hamet) es muy sencillo: la piedra sepulcral es toda lisa, sin adorno ni inscripción: solamente en medio de ella, según una costumbre antigua de los moros, hay una especie de concavidad, cortada á propósito con el cincel á manera de una pila. El agua de la lluvia se recoge en el fondo de aquella copa fúnebre; y en. aquel clima ardiente, las aves del cielo bajan allí á aplacar su sed.»

¡Pues señor, estamos en marcha para Venecia!..

¡Xada podrá ya detenerme!—Pasaré por Viccnza y Pádua sin hacer