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DE MADRID A NAPOLES

hombre pudiese acumular ni consumir una suma tal de productos de la tierra.

Y como siempre que contemplo semejantes espectáculos, entróme miedo del porvenir, ó sea miedo de que lleguen á agotarse las minas y los bosques y de que nuestros hijos se encuentren con una naturaleza esplotada, esquilmada, empobrecida por nuestros locos despilfarros. — Los economistas me han dicho que no hay nada que temer; y yo sé perfectamente que todos los Gobiernos que merecen este nombre se ocupan del fomento de los montes, de la ganaderia, del arbolado y de la mineria con el mismo celo que de los intereses morales de la humanidad... Pero ni por esas me tranquilizo completamente.

Con que demos treguas por ahora á toda grave cavilacion. Ha llegado el momento de dejarnos arrebatar locamente por el huracan del Siglo...

¡Lectores de novelas! con vosotros hablo... Estamos dentro de París; en el teatro donde han acontecido ó podido acontecer tantas escenas maravillosas, sentimentales, heróicas y divertidas como registran las obras de Balzac, de Dumas, de Soulie, de Jorge Sand, de Paul de Kooc, de Eugenio Sue y demas autores que os han llenado la cabeza de fantasmas. — Seguidme, y redoblad vuestra atencion.


III.
LOS BOULEVARDS DE PARIS.


La soberbia y monumental Estacion en que hemos echado pié á tierra no se encuentra, como parecía natural, á las puertas de Paris, sino muy dentro de la poblacion, tocando á los mismos boulevards (que es como quien dice á la parte más bella y clásica de la morderna Babilonia); de lo cual resulta que, al salir de aquel edificiu, queda uno sorprendido agradablemente al verse de la confluencia de hermosísimas calles, amplias, uniformes, perfectamente embaldosadas; rodeado de altísimos edificios, lujosas tiendas, bellos monumentos é innumerables carruajes; y formando ya parte de la apretada muchedumbre que va y viene por todos lados.. lo mismo que iria y vendría si vos no hubierais ido ni venido á parte alguna. — La Capital recibe como si tal cosa aquel refuerzo de mil almas que le entran por una sola puerta, mientras le estarán entrando otras diez mil por las demás. Algunos besos y abrazos en francés acogen á este ó aquel viajero: los cocheros y los comisionados de los Hoteles os impacientan un poco con sus proposiciones, y al cabo de un instante todo queda tranquilo. - Asi desaguan los ríos en el mar.

Yo tenia decidido ir á parar al Hotel de L' Empire, por recomendacion de mi compañero de viaje. Sin vacilar, pues, entramos en un coche y emprendimos aquel camino.

A pesar de hallarse la Estacion tan dentro de París y ser la Calle Nue-va de San Agustín (á donde nos dirigiamos) una de las más céntricas de