res en la ciudad esclava? Yo hago este penoso viaje, compelido por sagrados intereses de familia... ¿Lo haceis vosotros para decir á los tudescos que yo soy ardiente italiano y que aborrezco de muerte á Franciscu José?»
Algo por este estilo irán pensando mis compañeros de viaje. El hecho es que callan, ó se hablan secretamente, y que se miran con recelo y desconfianza, y que el fuego del odio reluce en sus pupilas, y que el respeto al gran infortunio que van á presenciar entristece sus semblantes...
Asi cruzamos por Lonato; asi atravesamos un largo túnel y un her= mosísimo viaducto, y asi llegamos á las tres y media de la tarde á Peschiera.—¡Nos hemos metido en la boca del lobol
La frontera austriaca pasa pur la Estacion que tiene el ferro-carril á las puertas de esta ciudad, de cuyas resultas la policía del Imperio ha establecido aquí una especie de torno, como el de los conventos de monjas, en el cual entra el viajero, para ser prolijamente examinado y requerido.
—Una vez reconocidas la formalidad de su pasaporte, la legalidad de su equipaje, la inocencia de su historia y la honradez de su fisonomía, se le hace pasar al otro lado del torno, y nuestro hombre se halla en territorio austriaco.
Yo acabo de sufrir esta humillante inspeccion, este interrogatorio, esta pesquisa en mi pobre saco-de-noche, y hasta ciertas miradas á mis bolsillos (que llegué á recelar se tornaran en un registro grosero), y me encuentro ya en el Cuadrilátero, en la cárcel de un pueblo ilustre, en el triste presidio de la que fue soberana República de Venecia.—En cuanto á mi pasaporte, se halla aún en manos de la Policía, acompañado de una declaracion que acabo de prestar acerca del objeto que me trae á este país, del tiempo que pienso permanecer en él, de mi procedencia y de mis in= tenciones...—¡Y á esto se llama reinar!...
Peschiera, Plaza Fuerte, situada sobre el Mincio, á su salida del Lago de Garda, forma, con Legnano, Mántua y Verona, el famoso Cuadrilátero en que se apoya el Austria para dominar el Veneto.—La frontera corre ahora por en medio de este lago y de este rio, como antes pasaba por en medio del Tessino y del Lago-Mayor.
Yo espero mi pasaporte y el permiso de continuar mi viaje, asomado á un balcon de la sala—de-espera, que da sobre el Lago de Guarda, y desde el cual se descubre un panorama soberbio...
Son las cuatro de la tarde.—El sol empieza á declinar, recostándose en un pabellon de nubes de púrpura y enrojeciendo las sosegadas aguas...
—El lago parece de sangre.—A las orillas del Mincio vagan algunos soldados con levita blanca y capote gris...—-Yo he visto antes de ahora esos uniformes en litografías que representaban las batallas de Magenta y Solferino, y siempre los vestían los heridos y los muertos!
¡Son los austriacos! —Al otro lado del rio, y al término de una dilata=