Estas ciudades eran representadas por otras tantas actrices, que daban forma corpórea á las imaginaciones del agonizante patricio.—Cada una llevaba la bandera y los atributos de su pasada historia, y los deponia á los pies de la Capital de la Península, es decir, de la Ciudad por antonomasia, de Roma...—Sin embargo, el canto de triunfo no se entonaba.
—¿Y Venecia? preguntaba Manin...
¡Y nadie respondial— Venecia vacía aún en triste servidumbre...
Entonces óyense remotos cañionazos, rumor de espadas y gritos de agonía...—;¡Todos tiemblan!...
Pero hé aquí que por último estalla el himno de victoria... el ansiado canto de triunfo... y aparece en escena una mujer pálida, vestida de ne— gro, llevando en la mano un estandarte hecho girones...
¡Es Venecia!
¡Venecia, que acaba de emanciparse, y que se prosierna á los pies de Roma, concurriendo á formar con todas sus hermanas el que por tanto tiempo se ha llamado soñado reino, la unidad de Italia, la Italia de los alalianos!
Os lo diré con franqueza. Este final de un drama tan ridículo, tenia algo de sublime. Aquella alegoría estaba bien imaginada; el asunto era noble y digno; la causa de Venecia, justa; el entusiasmo de los actores indescriptible...—Asi es que el público lloraba y aplaudia.—« Venecia! ¡Venecialo gritaban más de mil voces.—¡Hasta los músicos de la orquesta se habian puesto de pie, y tocaban vueltos de cara á los espectadores, á lin de manifestarles su emocion de este modo!...—¡Hasta nosotros aplaudimos, sin darnos cuenta de ello
Todavía no sé qué pensarán de los recientes acontecimientos en los demás pueblos de Italia; mas, por lo que he visto en Milan desde que puse aquí la planta hasta este momento, me atrevo á decir que la anexion de la Lombardía al Piamonte ha sido el deseo y el voto de todos los mi laneses; que no existen entre el Po y los Alpes elementos algunos de reaccion, y que, por el contrario, la opinion pública, la opinion unánime, empuja á Victor Manuel á ultimar su obra, libertando á Venecia y esta= bieciendo su córte en Rona.—La gratitud de Jos lombardos á los piamonteses súlo puede compararse á su odio álos austriacos, y su devoción y religiosidad son tan fervientes como profunda es la antipatía que les las pira el gobierno de los Estados Pontificios. Todas las personas con quienes hablais, desde el eclesiástico al militar; desde el prócer al mendigo; así el pobre cochero, á quien ecaminais para entretener los ocios de una caminata, como el escritor y el artista cuyas obras se ven expuestas en la calle; lo mismo el rico comerciante que el mozo de café, distinguen y separan perfectamente á Pio IX, representante de Jesucristo en la tierra, de Pio IX, rey de Roma; y aman y respetan al primero, tanto como combaten al segundo.