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DE MADRID A NAPOLES.

tacio, y nos marchamos juntos á visitar los Cementerios, como huenos, cristianos que somos (el prusiano es protestante), y como víspera de Difuntos que ha sido hoy.

Los Cementerios de Milán son muy sencillos. Redúcense á extensos bosques de cruces de madera.—En ellos habia muchísima gente arrodillada, rezando, llorando ó cantando psalmos mortuorios. Todos tenían la cabeza descubierta. Nadie comía castañas ni otra cosa alguna. .

Yo recordé nuestros Cementerios de Madrid, y la sacrilega romería que va a ellos todos los años, en son de üesla, á conmemorar los linados, y tuve que reconocer que en Milán se trata á la Muerte más cristianamente que entre nosotros.

Pero esta compunción era del público; no del gobierno.—El gobíern, ha permitido que esta noche haya función en los teatros.—Y tíinto es así que yo vengo en este instante de uno.

Dos funciones interesantes se daban esta noche: la una era en el Teatro Ré, donde se estrenaba el drama nuevit titulado: El desembarco de Garihahli en Sicilia; y la otra, en el Teatro de San Redet/onda, donde se representaba: Daniel Manin ó Venecia en 1848.—El duqup., el prusiano y yo, obligados á opfar entre dos alardes de patriotería, elegimos la más distante, ó sea el drama Daniel Manin.—Ademas, que Manin fue muy superior á Garibaldi... y ya ha muerto.

En el teatro de San Redefianda cuesta un palco d ordine nobile (esto es, la localidad más cara que puede tomarse) la cantidad de 3 francos, inclusas tres entradas.—Y sin embargo, ni el coliseo, ni la compañía ni el público eran di- última clase.—Ya os he dicho que el teatro para los italianos no es un artículo de lujo, sino de primera necesidad.

En cuanto al drama, escrito últimamente para excitar el amor y la compasión á la misera Venecia, tiene la fuerza de un millón de caballos.

— 'En él se h; ibla del rey de Ñapóles, llamándole simplensente el rey Romba; en él se trata á Pió LX de una manera lamentable; en él se nombra ú Cavour, á Garibaldi, á Víctor Manuel, al emperador de Austria, á RadetzIcy y á otros muchos personajes que andan por el mundo; en él hay vivas y mueras, himnos, cañonazos, policía austríaca, motines populares... todo lo que puede encender la sangre de las masas.—¡Por supuesto que el personaje más intori^sante, después del defensor de Venecia, es un inglés, partidario de la independencia y de la unidad de Italia!

Pero voy á daros una idea detallada del Cuadro final.

La escena se ha trasladado á París.—Manin, devorado por el amor patrio, por el dolor de ver sufrir bajo el yugo extranjero á la hermosa ciudad que creyó un dia hacer libre, y por la más melancólica nostahjia, se encuentra morihundo.—En el momento de expirar, otórgale Dios la ^■'sion del porvenir, y presencia la emancipación de una y otra ciuda<l de Italia; -y ve á Roma en un trono; y en torno suyo á Tari a, Milán, Florencia, Ñapóles, Palermo, Parma, Rotonia, Módewa..., amorosamente agrupadas.