Jesús (ya Silbéis que me refiero a la original de Vinciquehe visto en Bre ra) expresa dolor y mansedumbre. Sus manos extendidas revelan la paz y la resignación con que espera los mayores tormentos. — Simón, coloca de el último, á la izquierda de Jesús, duda que haya entre ellos quien cometa semejante felonía, y está tranquilo como su conciencia. Tadeo, con aire sombrío, vuelve el rostro para no ver á Judas, cual si le nsaltasc una sospecha. Mateo repite enérgicamente las palabras del Salvador, como diciendo: «No debéis dudarlo, puesto que Jesús lo alirma. Entre nosotros hay un traidor:»—Estos tres personajes ibrman un grupo», ó sea una escena del drama.—Luego viene otro episodio de mayor vida y más poderosos aíecÁos.— Felipe, suavísima figura, se ha puesto de pié y se di rige á Cristo con las lágrimas en los ojos, diciéndole: «Yo no soy, yo te amo.» Sanliafjo el Mayor, mudo de espanto, abre los brazos con energía, como si exclamara: «Lee, Señor, en mi corazón, y verás que ni podia sos pechar que eso sucediera." Tomás se acerca al Divino Maestro, por detrás d(, Santiago, y, levantando el dedo con ciega furia, jura vengarle si tal sucede.—Este segundo grupo no puede ser más vehemente, más persuasivo, más inspirado.—Sigue el Hijo de Marta, bello sobre toda ponde ración, grande en su humildad, imponente en su tristeza.—A su derecha '.stá Juan, el dulce y amado apóstol, con la cabeza caída y las manos cruzadas, lleno de alliccion y de pesadumbre. Pedro estudia las fisono mías, pregunta á Juan, y les amenaza á todos lleno de ira. Judas, senta do, afectando tranquilidad, revela en su semblante, sabiamente colocado por el artista en una media luz, la turbación del criminal que se ve des cubierto. Andrés, maravillado, parece decir: «Señor, no me dejes caer en semejante tentación.» Santiago el Justo mira á Pedro, acechando una oca sión de hablarle, cual sí esperase saber por él de quién se trata. Bartolo mé, en fin, está de pié é inclinado sobre la mesa, creyendo haber oido mal y como pidiendo á Cristo que repita sus palabras.
Tal es la acción del cuadro, varia en sus accidentes, y llena de interéí y vida por su unidad. El semblante de cada Apóstol es un trasunto fiel del carácter con que aparece en los Evangelios y de los hechos posterio res de su vida. Conservando todos el tipo juiüo, son, sin embargo, tan di ferentes entre sí como lo fueron en sus relaciones con Jesús y en sus predicaciones y escritos. Otros cuadros referentes á este asunto adolecen de monotonía y amaneramiento, á causa de estar todas las figuras senta das en fila; pero en la pintura de Vinci, aunque los doce Discípulos se hallan también necesariamente en un mismo término, hay tal movimiento en las actitudes, tanto arte en la composición, tanta naturalidad y tanta fuego en cada personaje, que su obligada disposición delante de la mesi parece accidental ó escogida por el artista.
Al salir de Santa María delle Grazie, formé una lista de las más notables Iglesias de Milán; tomé un carruaje, y díjele al cochero que me hi ciese pasar por todas ellas.