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DE MADRID A NAPOLES.

yerba, caben más de treinta mil espectadores.—Todo el espacio deslma de á las carreras, puede llenarse de agua, convirtiendo el anfiteatro en naumaquia, y así se hizo en 1807 para obsequiar á Napoleón con el es pectáculo de una regata de bateleros y nadadores.—¡Indudablemente, e| héroe de Marengo y de Austerlitz dejó en esta obra el sello de su grande za cesárea!

Desde lo alto de la gradería de L' Arena volví á admirar la vista de la Plaza de Armas , de la antigua Cindadela y de todo Milán.—El día ha sido purísimo. Los caballos del Arco de la Paz parecían bordados sobre el cielo. La blanca silueta de la Ciudad recortaba graciosamente el azul profundo del espacio. Los árboles, que todavía conservan sus hojas, aunque muy amarillentas, contrastaban con los campos, en que verdea la cosecha del otoño.

El horizonte era inmenso y Ja luz del sol deslumbradora. Las chimeneas de las fábricas que rodean la capital parecían otros tantos obeliscos. El estruendo de la vida industrial bramaba allá á lo lejos... Todos los re lojes daban las doce, y las campanas de cien iglesias entonaban la oración del medio día. Los pájaros cantaban los últimos soles del año bajo las últimas sombras de las alamedas.

En esto, los silbidos remotos de una locomotora me hicieron reparar en un tren que salia para Venecia.—Luego lo vi desaparecer hacia Le vante, y exclamé:—«Ya te sigo.»

En opuesta dirección recorría los campos otro larguísimo tren que lle gaba de Turin, dejando en la atmósfera una larga faja de humo, como los barcos dejan estela en el mar.

Finalmente, dentro del Castello sonaban tambores y cornetas, que to caban á no sé qué cosa, y hacía el Corso Francesco se oían, ya ruidosa. ya vagamente, los acordes de una música militar... Sería algún regimien to que iba á misa...

Todo esto producía en mí ánimo sensaciones diferentes, pero que se resumían en admiración y respeto á Milán, cuya importancia se me reve laba en fórmulas confusas, hasta que brotó en mi mente una idea y de mis labios una frase:—«¡Esta es, (dije) la augusta capital de la Alta Ita ha!...»; frase que podía también traducirse así:— «¡Cuánto la llorarán los austríacos!»

De la Plaza de Armas á Santa Muría delle Grazie, donde se guarda la famosa cena de Leonardo de Vincí, quedábame ya poco que andar; tan poco, que con atravesar los paseos y las huertas en que termina la ciudad por el Oeste, encontréme en aquel antiguo convento.

Pero el antiguo convento es hoy cuartel. Atravesé, pues, claustros y patios llenos de tropa, y llegué á una puerta del que fué refectorio, sobre la cual se leía en una lápi la: «En este aposento se conserva la cena (il ce nacolo) de Leonardo de Vinvi

Llamé; abrióme il custode de la obra maestra, y entré en una habita