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DE MADRID A NAPOLES

rcciómp llena de defectos, aunque no de lautos como le atribuye la crí tica de los inleligentc'S. Y, á fuer za de examinarla, comprendí que lo que habia interesado tanto al gran poeta inglés era la hermosura mortal de la madre de los agarenos y su tristísimo lloro, que no hace sino duplicar sus atractivos.—Añádase á esto la posibilidad de que lord Byron hubiese hallado en sus largos viajes, y amado tal vez, y repudiado en cierto mo do, sin reparar en que llevaba en las entrañas un hijo suyo, á alguna egipcia (ó no egipcia) parecida á la rival de Sara, y se justificará la predi lección que le merecía el cuadro de Guercino.—Ahora, lo que yo no me esplico es cómo el autor de Parisina pudo detenerse tanto tiempo delan te de Agar ni de otro ningún cuadro de este Museo, existiendo en él una de las más nobles y felices creaciones del arte; el Casamienlo de Ja Vír gen, obra inmortal del divino Rafael.

El Spozalizio, que es como lo llaman los italianos, eclipsa completa mente todas las demás pinturas del palacio Brera.—Dibujo, composi' cion, interés, poesía... hasta color... (cosa rara en el sublime artista) ¡todo es notable en tan peregrino lienzo!—Permitidme detenerme á ex plicaros la manera como el Pintor de María ha representado los Santos Desposorios.

Ocupa toda la parte alta del cuadro un grandioso Templo, al que se sube por una larga y amplísima escalinata.—Al pie de esta escalinata hay trece íigiu-as de tamaño natural, que son la Virgen, San José, el Sacerdote hebreo, cinco mancebos y cinco doncellas.— El Sacerdote, ve nerable anciano, suntuosamente revestido, está entre los dos Desposa dos, cuyas diestras tiene cogidas, acercándolas suavemente, á fin de que San José coloque el anillo nupcial en la de María.—María, bella sobre toda ponderación; sencilla, graciosa y noblemente vestida, alarga sus dedos de marfil hacia el conmovido esposo. Los castos ojos de la Virgen de quince años están clavados en el sueio. Todo su rostro expresa no sé qué triste ventura.—José tiene también los ojos bajos, y adelanta él brazo respetuosamente, sin atreverse á dar un paso más hacia la hijá de Joaquín. Sí tímida y modesta es la actitud de la Esposa, humilde y piadoso es el temor del Marido.—Sin los trajes, atributos y accesorios que revelan el asunto de esta obra, nadie dudaría, sólo con ver las caras de los dos Novios, que estos son los descendientes de David, en cuya casa nacería el Hijo de Dios. No es el triunfo del amor, -'es un santo misterio el que se cumple en aquel instante, el que adivinan los contrayentes, el que los turba y desasosiega.— Las doncellas, agrupadas detrás de María, atienden al acto con reverente y afectuosa curiosidad.—Los mancebas que siguen á San José rompen sus varas, significando de este modo el mal éxito de sus pretensiones á la mano de la Virgen...—En cambio, la vara de San José está coronada de flores.

Tal es la forma en que Rafael ha presentado esta escena, tantas veces y de tantos modos trátala pjr la pintura.—Lo que yo no podría haceros comprender, es la pureza y h gravia del dibujo y la difícil facili-