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DE MADRID A NAPOLES.

los restos mortales de San Cárlos Borromeo. Esta Capilla está toda en bierta de bajo-relieves de plata. El sepulcro es del mismo metal y de cristal de roca, y deja ver el incorrupto cuerpo del Santo, vestido de pontifical. Diez y seis millones de reales se han gastado en adornar aquella sepultura, que es al mismo tiempo un santuario, y en que no se sabe qué admirar más, si el gusto artístico ó la fastuosa riqueza que brilla por todas partes.

En cuanto al antiguo y célebre Tesoro de la Catedral, tan saqueado por los innumerables conquistadores que han dominado este pais, todavía ostenta algunos objetos de gran valor; entre ellos, dos Estatuas de plata, una del mismo San Carlos, de 100 libras de peso, y otra de San Ambrosio, de 12o; una Paz de oro, mas preciosa aún por su trabajo que por la materia en que está cincelada, y un Frontal de plata maciza, también de mucho precio.

Finalmente, en el Ábside se ve el Sepulcro de Mariano Caraccioli, fa moso cardenal, que tuvo la gloria de coronar á Carlos V.—<Qui primam Carolo V Imp. ad Aquasgran coronam imposuit> dice una cláusula de su epitalio...

Después de haber estudiado detenidamente todo el templo, me dispo nía ya á marcharme, cuando el cicerone me dijo:

— Espérese usted; que todavía no ha visto la Catedral de Milán. Si quiere usted comprender de una sola ojeada toda la grandeza de este edi licio, venga detrás de mí.

Y así diciendo, abrió una puerta que hay cerca de un soberbio Mausoleo, dibujado, según la tradición, por Miguel Ángel y el cual encierra las cenizas de algunos Médicis.

Aquella puerta daba á una escalera de mármol.

Empezamos á subir... y hubo momentos en que me figuré que no íba mos á acabar nunca. ¡Aquella escalera tiene 486 gradas!

Cuando llegamos á lo alto, me encontré sobre la pirámide central de edíílcio, y vi á mis pies una inmensurable masa de mármol bl^inco; una montaña semejante á aquellas, cubiertas de nieve, que visité en Saboya; un bosque de caladas agujas y de estatuas colosales; un laberinto de escaleras, azoteas, e>planad;.s, arcos, puentes y pasadizos...—¡Era la Ca tedral á vista de pajaro!

En aquella ciudad de piedra hay una población..., ó sea un vecinda rio, de piedra también. Sobre las 135 agujas que se levantan sobre los tachos, álzase una multitud de Angeles y Santos, que, en actitudes di ferentes, parecen pugnar por abandonar la tierra. En medio de las pla zas embaldosadas se ven, al modo de monumentos, preciosas esculturas que no se distinguen desde parte alguna de Milán, y que parecen estar expuestas á la sola contemplación del cielo. Entre aquellas estatuas las hay hasta de Miguel Ángel: tales son un Adán y un Cain niño, no muy bellas por cierto, aunque siempre notables por el nombre de su ilustre autor.