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DE MADRID A NAPOLES.
III

LA CATEDRAL POR DENTRO Y DESDE LO ALTO DE SU PIRÁMIDE.—MUSEO DE PINTURAS.—EL ARCO DE LA PAZ.—UN ANFITEATRO ROMANO. LA «CENA» DE LEONARDO DE VINCI.—IGLESIAS ANTIQUÍSIMAS.—LA VÍSPERA DE DIFUN TOS EN UN CEMENTERIO ITALIANO.—UN DRAMA PATRIÓTICO EN EL TEATRO DE «S. RADEGONDA.»

Milán 1.° de noviembre.

¡Qué dia el de hoy! ¡Cuánto he visto! ¡Cuánto he andado! ¡Qué tro pel de ideas nuevas en mi mente! ¡Cuan diversas emociones han agitado mi alma! ¡Qué extraña confusión de cosas pasadas y presentes, de sagra de y de profano, de júbilo y de pena, de entusiasmo y de fastidio!

Pero vamos por partes.

Esta mañana, no bien fue de dia, tomé el camino de la Catedral, donde permanecí tres horas.

Como hoy ha sido dia de Todos los Santos, el templo estaba lleno de fieles oyendo misa, y yo empecé también por oír una, aunque no con la devoción que debiera, pues me tuvieron constantemente distraido las no vedades que eché de ver en la manera como celebraba el sacerdote el Santo Sacrificio. Consultando al fin mis recuerdos de aquellos años en que estudiaba Sagrada Teología, díme cuenta de que las alteraciones que estrañaba tenían su esplícacíon en que Milán no está sujeto al Rito Ro mano, sino á otro peculiar de sus Iglesias, compuesto por San Ambro sio, obispo que fue de esta diócesis, y cuyo nombre lleva.—También ex trañé alguna cosa en el tono y la forma de cantar Horas en el Coro, y á esto me dijo un monaguillo que aquel era el Canto ambrosiano, que sólo se >usa en la Lombardía.—Por lo demás quedé completamente edificado con la suma devoción de que daban muestras en el templo todas las clases de la sociedad.—El cura de Pavía tenía razon: los milaneses son muy re ligiosos.

Cumplido él Precepto, púseme bajo la dirección de un semi-sacristan, semi-cicerone, que me enseñó prolijamente todas las maravillas que en cierra la catedral.—Este sacristan-cicerone (dicho sea por lo que valga), era calvo, y usaba dentro de la iglesia un enorme solideo; pero, cuando salimos del recinto sagrado para subir á la parte alta del edificio, púsose un képis de miliciano, que contrastaba grotescamente con sus medias ne gras y sus zapatos de hebilla.—Yo no podré esplicaros cómo, no siendo clérigo, se cubría la cabeza dentro de sagrado, ó cómo, siéndolo, era al mismo tiempo guardia-nacional... Pero la verdad es que eso vi; y pues que lo vi, lo cuento.— Sálvese el que pueda.

En cuanto á la Catedral, tampoco intentaré hoy describirla mmucio samente, ni creo que esto seria dado á la más hábil y experimentada plu-