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DE MADRID A NAPOLES

Ahora bien: la Catedral de Milán , blanca como una paloma; vaga y aérea como todos los edificios góticos; alegre y brillante como un templo gentil; bañada en la fulgente luz del cielo italiano; bordada, cual velo de encaje, de vistosos casetones cuajados de estatuas, de elegantesdoseletes, de preciosas molduras y de finas arcliivoltas; coronada de cien esbeltas agujas, que se levantan al cielo como atrevidos cipreses; poblada toda de esculturas, que se escalonan desde la base de las pilastras hasta su altísimo remate, y que parecen representar las gerarquías celestes, es, para decirlo en una sola frase, más hermosa como ídolo que perfecta coma símbolo, y produce en todos los ánimos una grata y dulce emoción, un sentimiento blando y cariñoso, una plácida confianza, una devoción concreta, determinada, personal, no sé qué halagüeña simpatía, más semejante al amor que al misticismo.

Y esto se explica sin esfuerzo alguno. — Los italianos, que (cómo muchos españoles) ponen más fe en la Virgen que en Dios, hasta el extremo de haber algunos que jamás piensan en Dios y siempre tienen en sus labios el nombre de la Madonna; los italianos, que no han dejado nunca de ser un poco gentiles, y sienten y comprenden mejor en la religión cristiana todo lo que es hermosura, triunfo y esperanza, que lo que es rigor, penitencia, trabajo, miedo y sufrimiento: los italianos, que por naturaleza y por tradición se complacen en adorar como bueno lo que es bello, aunque sólo lo sea plásticamente, no llegan en su fervor religioso á aquella austera y fúnebre compunción que hace amables á otras almas entristecidas todos los tormentos del Calvario ; que las lleva á pedir á Jesucristo parte en sus dolores, y que acaba por presentarles el mundo como una larga Calle de la Amargura. — Sus iglesias, por consiguiente, no son tampoco tristes y luctuosas como aquellas que todos conocemos, y que yo tanto amo, en que el espíritu fatigado de las vanidades y alegrías mundanas encuentra no sé qué santo terror, no sé qué paz mortuoria; tinieblas y soledad en las capillas; luz profética, reflejo de otro undo, en las mortecmas lámparas; dolor mayor que el nuestro en las Imágenes- del Crucificado, santidad y sosiego en todas partes... — La religiosidad y los templos de los italianos son, como la Catedral de Milán, festivos, gozosos, triunfales, idolátricos, semi-gentiles.

«MARIE NASCENTI» (á la Natividad de María) está dedicado il Duomo. — Y su riente aspecto, su blancura, su esplendidez , justifican la advocación.— El estilo gótico ha perdido aquí su solemne tristeza. El sentimiento germánico se ha trocado en pasión latina. El sol de Italia ha desvanecido las eternas nieblas del Norte. La piedad se ha convertido en amor: el misterio en júbilo: la oración en himno.— La Catedral de Milán es, por tanto, la Casa de la Virgen : es un monumento de triunfo levan- lado en su honor: es la Virgen misma: — Domus áurea.

Pensando estas cosas y otras muchas he permanecido en la Catedral más de media hora, sin atreverme á examinar p irmenores, de miedo de^

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