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DE MADRID A NAPOLES


II.

UN PASEO POR LAS CALLES DE MILÁN. — ESTÉTICA RECREATIVA. — PRIMERA VISITA Á LA CATEDRAL. GUILLERMO TELL EN EL TEATRO REAL DE LA SCALA. — RECUERDOS HISTÓRICOS.

— ¿A qué hotel vamos, señor? me pregunta el cochero, parándose en la confluencia de tres calles.

— Al que esté mas cerca de la Catedral, con tal de que sea bueno.

— Entonces iremos al Hotel de la Ville , que se halla situado á pocos pasos del Duomo y en la mejor calle de Milán; en el Corso Francesco... — Vamos andando; pero no muy deprisa.

El coche toma por la calle de en medio.

El primer aspecto de Milán, al menos por este lado, recuerda en cierto modo á Sevilla. — Las casas son grandes, y entre una y otra se ven á veces magnilicos jardines. Las calles, limpias, bien empedradas, pero estrechas y torcidas, buscan indecisamente un centro. La ciudad es completamente llana. Hermosas tiendas de comercio alternan con los ámphos y vacíos portales de los palacios. A veces asoman corpulentos árboles por encima de las tapias de los huertos, y prestan sombra, olor y frescura á la calle contigua. El ornato y color de las fachadas son por lo general alegres y graciosos. No hay, en fin, rincón ni esplauada, calle ni plazuela, donde no se encuentren abundantes puestos de flores.

Pasamos sobre otro Canal, que marca el recinto déla ciudad antigua. — Aquí ya el movimiento y la vida de la población son extraordinarios. Miles de carruajes, muchos de ellos elegantísimos, discurren en todas direcciones. La gente comm'il faut se dirige á paseo en carretelas descubiertas, en lindas victorias, en americanas y en otros vehículos a la moda.

Los coches de alquiler conducen á hombres de atareados. Los ómnibus llevan de una parte á otra falanges enteras"de ciudadanos de todas clases.

Desde luego llama mi atención la singular hermosura de los milaneses de ambos sexos. — Yo he oído tachar á estas bellezas, sobre todo á las femeninas, de demasiado fuertes, de muy huesudas y pesadas, y reconozco que algo habrá de cierto en esto cuando se las contemple de cerca. Pero vistas asi, á distancia, las hijas de Milán son lo que se llama en nuestra tierra muy buenas mozas. — Su noble estatura; sus amplias proporciones; su altiva cabeza; su despejado y tranquilo rostro, blanco, lleno y descolorido, en que se destacan briosamente las dobles trenzas de su pelo, negras y relucientes como sus ojos; su misma quietud, su misma pesantez marmórea, les dan un aire grandioso, monumental, estatuario, que sicarece de la exquisita insinuación de la gracia, inspira en cambio un sentimiento muy parecido al culto, y no sé qué temeraria ambición, se-