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DE MADRID A NAPOLES

conducirme á este punto del Parque, donde me ha dejado solo, despues de decirme con la mayor finura:

— Le he traido á usted al lado de osla pobre casa, que se llama por más señas la Repentita, porque aquí fue precisamente donde el Rey Francisco se vio obligado á rendirse. — Allí tiene usted el cocbe. — Felicidad y buen viaje.

Y aquí me tenéis hace dos horas procurando rehacer en mi imaginación el cuadro que presentaría este Parque el viernes 24 de febrero de 1525. — Y veo luchar como en una justa, cuerpo á cuerpo y brazo brazo, á tantos ilustres capitanes y valerosos príncipes vestidos de hierro, terciopelo y oro... Veo al Marqués de Pescara, caballero en su viejo y querido Mantuano , que murió aquí , sembrar el terror y la desolación al frente de los arcabuceros de Castilla... Veo á olro puñado de españoles arremeter contra la numerosa artillería írancesa y apoderarse de los cañones, matar á los artilleros y desjarretar los caballos... Veo aparecer por la parte de Pavía las heroicas tropas que la guarnecen, capitaneadas, por Ley va, que va moribundo en una silla de manos. La caballería francesa, viéndose atacada por la espalda, huye y atropella á los suizos: estos se dispersan arrojando sus armas; y, perdida la vergüenza, dice la Historia, huyen también los franceses... Veo, en fin , al rey de Francia hacer prodigios de valor. Sus más ilustres capitanes, Tremoville, Bonivet y La Pallissade , han muerto ya á manos de nuestros arcabuceros. El lucha todavía, y vence y mata con su lanza irresistible á enemigos tan poderosos como el marqués de Santangel. Pero todo es ya inútil... Sus alemanes están deshechos... Su gente de armas riega la tierra con su sangre... Sólo le queda el recurso de la fuga, si no prefiere morir. — Asi lo comprende el bravo monarca, y poniendo espuelas á su caballo, se dirige hacia el Tesino

«Iba casi solo (dice el soldado Juan de Oznayo, más adelante fraile de Santo Domingo) cuando un arcabucero le mató el caballo, é yéndose á caer con él, llegó un hombre darmas de la compañía de don Ugo de Moncada, llamado Joanes, vizcaíno, é viéndole tan señalado, va sobre él cuando el caballo caía, y poniéndole el estoque al costado, dijole que se rindiese. Y viéndose en peligro de muerte, dijo: «A vida, que yo soy el Rey.» Y el vizcaíno lo entendió, é diciéndole otra vez que se rindiese, dijo: «Yo me rindo al emperador.» Como esto dijo, vio el vizcaíno luego allí á Cuenca, alferez de su compañía, que le tenían cercado de franceses, y en peligro, porque le querían quitar el estandarte, y el vizcaino, como buen soldado, por honrrar su bandera, sin tener acuerdo de pedir gage ó señal de rendido al Rey, le dijo: «Sí vos sois el Rey de Francia, hacedme una merced,» y él le dijo que se la otorgaba: entonces el vizcaíno alzó la vista del almete, y le mostró ser mellado,, que le faltaban dos dientes de la parte de arriba, é le dijo: «En esto me conoceréis;» é dejándole en tierra, é la una pierna debajo del caballo , fué á socorrer á sU alférez, é hízolo tan bien que con su llegada dejó o! alférez de irá