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DE MADRID A NAPOLES

hora después han de estar en la iglesia, donde se canta á media noche el oficio canonical. De vuelta en sus habitaciones, rezan aun hasta las tras de la mañana, que se acuestan para dormir otras dos ó tres horas. — Los cartujos áyuoan ocho meses del año, y comen perpetuamente de vigilia. Durante el Adviento y la Cuaresma, asi como lodos los viernes y muchos dias señalados, se abstienen hasta de lacticinios. Por último, les está prohibido el uso de ropa blanca, y duermen siempre vestidos, sobre un pobre jergón como el que acaba usted de ver.»

Esta relación, lejos de espantarme, me ha causado envidia, y he lamentado mi llaqueza de alma, que me impide abrazar una vida semejante. Su rigor no me asusta... ¡ Ni aquello es rigor! Yo he llevado en África una existencia mucho más dura, más incómoda, meuos sana, más llena de privaciones y peligros, y sin embargo, no recuerdo haber vivido nunca más feliz, más alegre, más descuidado, más satisfecho. — El desprecio de la materia, la reducción de las necesidades , la vida natural, la certidumbre del porvenir, la comtemplacion solitaria, el olvido de toda vanidad, el coloquio perpetuo del hombre con su alma y de su alma con el infinito, son goces muy superiores á todos los placeres que encierra la sociedad...

— ¿Y la mujer? — me diréis.

Es verdad. — Pero yo supongo que cuando os encerráis en una Cartuja lleváis ya en la mente un océano de recuerdos. — La mujer yjasó ya por vuestra vida, escribiendo adorados nombres en vuestro ardiente corazón. — ¡Y lo mejor de una mujer es su nombre y su memoria ! — Para el que amó ya; para el que vio morir, ó envejecer, ó volverse loca, ó convertirse en lodo viviente las prendas de su alma, el retiro es la reivindicación de lo pasado; es la vuelta á los primeros amores; es un arreglo á la turca con todas los mujeres de su vida; es un Valle de Josaphat, en que vuelve á ver tod-i lo que perdió; es una resurrección anticipada ; es la fidelidad de la muerte. — ¿Qué mejor casamiento?

— Pero ¿y los hijos?

Tenéis razón. — La gloria , la honra, la magestad y la diclia de tener hijos deben comprarse al precio de la paz de la existencia, y hasta me atrevo á asegurar que se saldrá ganando. — ¡Tener hijos debe de ser un cielo! — El que tiene hijos no envejece, no pierde tiempo, no malversa la vida, no malgasta su alma. Sus años van cayendo en una especie de caja de ahorros, que en cualquier momento puede presentarle reunido, efectivo, contante y sonante, tolo el capital que antes se le convertía en sombras, en recuerdos, en olvidos ó en remordimientos. — «¿Qué he hecho yo de estos años! ¿Dónde está mi ayer? ¿Dónde está mi juventud?» se pregunta un padre; y vuelve la cabeza, y ve reunidos en el hijo de sus entrañas, en otro él, en él mismo , en su propia sustancia , en la vida de su vida, todos aquellos años, toda aquella historia, toda aquella juventud que echa de menos. — ¡ Ay del que muere sin dejar fruto ni semilla! ¡Ay del que no vincula sus esperanzas! ¡Ay de los solterones!