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DE MADRID A NAPOLES

Cartuja (que se halla á media legua de aquí) y detenerse allá todo el tiempo que quiera. Cerca de la Cartuja, ó sea en torno de ella, está el parque de Miravello, en que se dio la Batalla... — Aquel es un paraje amenísimo, donde le aconsejo que almuerce... para lo cual hará usted que le dispongan esta noche" en el albergo un cestito de provisiones. —Allí podrá usted recordar la Batalla, después de haber visitado la Cartuja; y, con tal que prosiga su camino antes del mediodía, llegará á Milán con sol. — ¿Qué le parece mi programa?

—Excelente, dije yo con toda verdad; y sólo siento que usted se incomode...

— Yo no me incomodo... Al contrario... ¡Yo tengo particular afecto á los españoles! Como hijo que soy de Pavía, he leído con detención la historia de esta ciudad, y no he podido menos de entusiasmarme ante los grandes hechos que realizaron aquí los generales y soldados de Cárlos V. — No es que yo sea cortesano de la fortuna y me ponga siempre del lado del vencedor, sino que hallo más grandes, más nobles y más generosos á Pescara y á Leyva que á tantos otros capitanes de diversas naciones como alternaban con ellos. — Vea usted, si no, lo que hizo el francés Lautrec en 1.327 para vengar la derrota de 152o... ¡Entregó á Pavía al pdlaje de sus tropas durante una semana!... ¡Permitió el saqueo la violencia!... ¡Se ensañó en una ciudad inocente y desarmada! ¡Como si Pavía tuviera la culpa de que los franceses no hubieran podido resistir á los españoles en el parque de Mirabello!!. — ¡Ah! ¡pero Antonio de Leyva!... ¡El que á mi me enamora es Antonio de Leyva! — Yo me lo figuro encerrado aquí sin recursos de ningún género, casi moribundo, con la mayor parte de la guarnición sublevada porque no recibía un cuarto hacia muchos meses; con la plaza casi abierta hacia el Sur, á consecuencia de haber extraviado los franceses las aguas del Gravellona; sin notcias del ejército español ; amenazado por el hambre... Pues bien: ¿Qué cree usted que hizo aquel insigne caudillo en semejante aprieto? — Leyva empezó por reunir á los españoles, que constituían la mitad de la guarnición de Pavia y, en vez de pagarles, les pidió, y alcanzó que le dieran, todo el dinero que tenían. (Verdad es que los españoles no eran lo sublevados.) Con aquel dinero apaciguó á los alemanes (que componían la otra mitad de la guarnición y que eran los deshonribles), y de esta manera pudo contar con todos ellos á los pocos días, para rechazar un tremendo asalto, en que mataron dos mil franceses y al duque de Longueville que los mandaba. En otra ocasión, y para acallar también las quejas de los mismos tudescos, reunió toda la plata de las iglesias, la que pidió prestada por la ciudad y la mucha que había empleada en adornos militares, y acuñó una infinidad de moneda. — ¿Pues y sus salidas y sus ataques al campamento enemigo? ¿Y el convertirse de sitiado en sitiador? ¿Y su último rasgo, el dia de la batalla, cuando se hizo llevar á ella en una silla de manos al frente de la guarnición, que cayó como un rayo á retaguardia de los franceses v decidió en un momento la victoria?... ¡ Ah!