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DE MADRID A NAPOLES

Las calles que recorro hasta llegar á la Administración de Correos son tristes y solitarias. La yerba crece impunemente entre el empedrado.

Las casas tienen grandes balcones, muy volados ó salientes, como en muchas ciudades de Andalucía.

Estos balcones están llenos de enormes macetas, eu que no solo crecen flores, sino también árboles frutales y otras corpulentas plantas, entre cuyas verdes hojas cantan su presente desdicha y sus pasados amores millares de pájaros prisioneros.

Sobre las puertas de las casas se ven muchos más escudos heráldicos que muestras y rótulos de tiendas.

Todo esto me recuerda muchísimos barrios de Yalladolid , de Segovia, de Toledo y de casi todas las ciudades de España.

Y la verdad es que el parecido se justifica por el parentesco. — Pavin ha pertenecido durante siglos enteros á la monarquía española.

Desde el Correo me han traído al mejor hotel de la ciudad, ó sea al Albergo de la Croce Blanca. — El genuino hotel italiano se llama albergo, así como el restaurant ó fonda se llama trattoria.

Héme aquí, pues, en el Albergo de la Croce Blanca, caserón antiquísimo, sumamente incómodo, en que no hay un solo huésped, por lo que me han alojado en el aposento principal.

Este aposento es un salón, en que pueden correr caballos, adornado con muebles seculares, y provisto de dos camas inmensas, altísimas» históricas, en que han debido dormir Antonio de Leiva y Juan de Urbina, y morirse diez ó doce generaciones...

Afortunadamente, toda esta fúnebre grandeza se disfruta casi de balde.

Son las cuatro. — Salgo á recorrer la ciudad de las cien torres, á disponer mi escursion á la Cartuja y al lugar de la Batalla, y á preparar mi viaje á Milán, — que dista de aquí nueve leguas.

Vengo de visitar todas las cosas notables que encierra Pavía. Sólo me falta ver la Cartuja, en la cual me detendré mañana á mi paso para Milán.

En cuanto al Parque en que se dio la Batalla, ya sé donde se encuentra.

Trabajo me ha costado adquirir esta ultima noticia; pues todas las personas á quienes he preguntado por esas calles de Dios, me han respondido..., lo mismo que el confitero, á saber: que aquí no se conocen más batallas que las de Casteggio, Montebello, Magenta y Cavriana.

—Merezco este castigo (me decía yo al oír tales contestaciones). Merezco este castigo, por desmemoriado, ó por ignorante, — que es igual.

O bien, esclamaba, — para vengarme de aquellas gentes:

—¡Comprendo que estos desgraciados no tengan noticia de semejante batalla! ¿Qué les va á ellos en tan señalada gloria? Aquel memorable día no pertenece á los anales de Italia, sino á los de España y Francia.